El Lugar de la Fe Pura
¡Gracias a Dios! Terminó la obra de la construcción del Templo. Y el mérito no es mío, no podría ser de un hombre. Todo el pueblo de la Universal, de manos tomadas, en un gigantesco movimiento de fe, diezmó, ofrendó, sacrificó, oró y ayunó para que el proyecto del Altísimo fuese ejecutado. La misma integridad de corazón y el mismo espíritu voluntario que había en el pueblo que llevó sus ofrendas a David para la construcción del primer Templo, fue vista en quien invirtió su tiempo y sus recursos, incansablemente, en la realización de esta maravilla.
De la misma forma incansable, millares de trabajadores, incluidos ingenieros, arquitectos, carpinteros, pintores y soldadores se turnaron día y noche durante cuatro años ininterrumpidos, para que ni un minuto de las 24 horas la obra fuese interrumpida en la construcción del Altar del Eterno en la Tierra.
Incluso delante del increíble número de operarios trabajando día y noche, en cuatro años, ningún accidente grave o fatal fue observado. El esfuerzo cuidadoso con la seguridad del trabajo fue orientado de cerca por el Maestro. Los ojos de Dios ya estaban abiertos en aquel Lugar desde antes de su construcción, guardando a cada uno de aquellos que dedicaron sus días a levantar la Casa del Señor de los Ejércitos.
Ciertamente continuarán cosechando lo que plantaron allí. Honraron la oportunidad que recibieron de levantar aquel Santo Lugar.
La mayor prueba de santidad de esa Ciudad de la Fe es que en ella no hay un centavo del Gobierno Federal, Estadual o Municipal, ni crédito político, ni préstamos bancarios o donaciones de mega empresarios. Todo fue hecho con crédito absolutamente santo, puro y limpio. Los millones de miembros y simpatizantes de la Universal esparcidos por el planeta, se unieron como hormiguitas, en una sola fe, en un solo Espíritu, y cargaron su ladrillito para la construcción del Templo del Todopoderoso.
Movidos por la firme certeza de que aquella sería la Casa de la Gloria de Israel. Certeza tan fuerte, convicción tan profunda que trajo la presencia de Dios a aquel lugar de manera tal que hizo del Templo mucho más que una iglesia Universal. Dios honra la fe de lo que se entrega. Dios honra la fe pura y genuina de aquellos que abrazan la causa del Evangelio. Y quien vive por esa fe crece a ritmo constante, como creció la habitación del Santo de Israel.
Enfrentamos verdaderas guerras en el campo físico y espiritual para que el ritmo de la construcción no disminuyese. Pero, en todo el transcurso de la Obra Santa, nuestro Guía, el Espíritu Santo, no nos dejó solos. Y lo que para muchos, parecía imposible, se hizo posible. Nada ni nadie fue capaz de detener lo que Dios comenzó.
Así también, Él jamás desamparará a quien por la fe, imprimió un poco de sí en aquellas piedras y en aquel Altar. Y, de allí, jamás saldrá.
Cada ladrillo, cada piedra, cada centímetro de ese Lugar tiene un poco de quien ayudó. Dios sabe el nombre de cada uno de los que colaboraron para que hoy la visión se pueda cumplir. Y Él no Se olvidará de lo que encontró en el espíritu de quien, con determinación, permaneció firme en el propósito de levantar el Santuario de nuestro Dios.
La presencia de Dios ya llena aquel Lugar, incluso antes de su inauguración. Y cuando Él mira hacia el Templo, ciertamente ve su sangre. Cuando mira hacia el Templo, Él ve su fe. Y la presencia que llena aquel Templo alcanza también a su vida.
La oración hecha por David después de recibir las ofrendas del pueblo para la construcción, es la misma que yo hago hoy, por todo el pueblo que, con su determinación, hizo que fuese posible la conclusión de esta obra.
El SEÑOR, Dios de Abraham, de Isaac y de Israel nuestros padres, conserva perpetuamente esta voluntad del corazón de Tu pueblo, y encamina su corazón a Ti.1 Crónicas 29:18
Dios bendiga a la Universal y a todos aquellos que trajeron a la existencia lo que era solo un sueño. A todos los que hicieron posible que el Templo para la gloria del Dios Vivo fuese concluido. Al pueblo que, con sus obras, mostró al mundo su fe.
Por cuanto has guardado la Palabra de Mi paciencia, Yo también te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero, para probar a los que moran sobre la tierra. He aquí, Yo vengo pronto; retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona. Al que venciere, Yo lo haré columna en el Templo de Mi Dios, y nunca más saldrá de allí… Apocalipsis 3:10-12