Ya había pasado un mes y Lynn todavía no había recibido una respuesta de su madre bloguera. Los días parecían que nunca se terminaban y ella ya no aguantaba más la rutina casera. Joyce estaba siempre de buen humor, aunque todavía tenía dificultades para caminar. Ella y Kevin vivían intentando alegrar a todos haciendo un picnic los fines de semana, miraban los dibujos animados con Lizzy y creando un ambiente familiar que Lynn nunca había experimentado. Carl era compañero en todos los momentos, era trabajador, cariñoso y hacía un óptimo papel de padre; pero como marido, él no sabía satisfacer a su mujer.
Aunque iba a la iglesia entre dos a tres veces por semana, Lynn no se entusiasmaba con toda aquella espiritualidad de todos. A veces ella envidiaba a Kara, quién tenía un pasado triste y aún así, parecía que no lo tenía. Ella, incluso, intentaba disfrazar que estaba feliz cuando estaba al lado de todos, pero cuando estaba sola se encerraba dentro de su mundito complicado; en el cual se vivía preguntando: “¿y si hubiese nacido en una familia diferente?”, “¿y si mi madre me responde aquel e-mail?”, “¿y si yo descubriese dónde vive ella? Tal vez, así ella no fingiría más ser esa mujer tan exitosa…”
La relación de Lynn con Lizzy continuaba siendo turbulenta. La niña no tenía todavía tres años y ya se comportaba como una niña rebelde. A veces la castigaban sin la aprobación de sus abuelos; otras ella perdía algunos derechos en su casa como, por ejemplo, estar levantada cuando su papá llegaba y también esto era sin la aprobación de sus abuelos. Sin embargo, Joyce y Kevin no querían entrometerse y Carl no sabía nada. A la hora en la que él llegaba, no parecía que algo estaba fuera de control.
Hasta que una noche después de la reunión del día miércoles en la iglesia, Magda, la educadora de la escuelita dominical, pidió conversar con los padres de Lizzy.
– El motivo por el cual pedí conversar con ustedes es porque Lizzy no se ha comportado muy bien con las demás compañeritas de la sala.
– ¿Cómo es eso? – Preguntó Carl.
– De la nada, Lizzy empuja a las nenas. Hoy llegó a morder a una de ellas. Las niñas tienen miedo de ella. El domingo pasado, ella tiró la merienda en el piso del propósito y me dijo que no fue; pero yo la vi cuando hacía eso y fingí que no la había visto. Yo ya intenté conversar con ella, pero parece que ella tiene tanta rabia acumulada dentro suyo que nada de lo que uno le dice o enseña, lo entiende. Hoy, hablé que ella no podría regresar a la escuelita en las próxima dos semanas y ella me dijo: “no me gusta venir acá”…
– Estoy consternado Magda. Mi hija no parece ser así en casa, ¿no es cierto, Lynn?
– Bueno, yo vi algunas actitudes rebeldes de ella Carl; pero estaba intentando disciplinarla de la mejor manera posible…
– Muchas gracias Magda y discúlpanos por todo el inconveniente que Lizzy ha causado. Nosotros vamos a hablar con ella y a dejarla fuera de la escuelita durante las próximas dos semanas.
Cuando Carl entró en el auto, Lynn ya se daba cuenta de que ellos tendrían una larga charla aquella noche. Ella suspiró, pero ellos no hablarían del tema ahí, no delante de los padres de él y de Kara.
Al llegar a la casa, Carl llamó a Lizzy para conversar y le pidió a Lynn que se quedase con ellos.
– Lizzy, ¿tu lastimaste a las otras niñas en la iglesia?
– Ellas son “idilotas”, papá.
– ¿Dónde aprendiste esa palabra querida?
– Todo el mundo dice eso, incluso mamá.
Lizzy le apuntó el dedo a Lynn y la miró con rabia.
Esas no son cosas que se hablan de los demás, mi querida. Yo no quiero que trates así a nadie más, ¿entendiste?
– ¿Y, mamá?
– ¿Qué sucede con tu mamá?
– ¿Ella me puede tratar así?
– Claro que no.
– Yo no la aguanto más.
Lynn no podía quedarse más quieta, ella tenía que decir algo o sino su hija terminaría con su reputación delante de él.
– ¿Yo no te dije Carl que Lizzy está muy malcriada? – Ella no me respeta.
– ¡Tú no puedes hablar así con tu mamá, Lizzy!
Lizzy bajó la cabeza y comenzó a llorar.
– Ella siempre hace eso. Todas las veces que es reprendida, llora para que tengamos pena de ella.
– Lizzy, presta atención querida: papá y mamá no quieren hacerte llorar, pero tú necesitas obedecer y comportarte sino papá y mamá tendrán que ponerte en penitencia.
– ¿Más penitencia? Todo los días mamá me pone en penitencia.
– Es porque ella no se comporta bien. – Lynn habló un poco más alto.
– Está bien. Entonces, vamos a hacer lo siguiente: si le respondes a tu mamá, no podrás ver televisión al día siguiente.
– Si no hay televisión, ¿qué voy a tener?
– Puedes jugar afuera.
– Ok, papá.
Lizzy abrazó a Carl y miró a Lynn con la misma mirada de rabia.
A la noche, después del baño, Lynn se arregló. Tal vez, Carl no quería hablar sobre Lizzy y ellos tendrían una noche de amor. Sin embargo, cuando salió del baño, Carl estaba sentado en la cama preparado para hacer lo que Lynn más odiaba: conversar.