Si existiera un escáner de pensamientos, al oír el slogan con el saludo de “Feliz día de la madre”, ¿cuántas de ellas usted cree que se cuestionarían en ese momento si son felices?
Aclaro que la felicidad es apenas un estado emotivo, pero que para muchas, esas raras ocasiones ya serían suficientes -o un momento feliz por lo menos.
¿Cuántas se colocaron en riesgo, sacrificaron su propio cuerpo, partieron para una misión desconocida, sin garantía de futuro, ni de que el proyecto funcionara algún día -hubo incluso un sacrificio físico, una inversión; pero, por qué no existe una correspondencia? ¿Por qué tanta decepción?
La pregunta que suena como aquella campanita que toca insistentemente justo cuando usted se está bañando, ¿dónde fue que me equivoqué?
Esa voz insistente la deja paralizada, sin saber que actitud tomar, sobrecargada por la sensación de culpa.
Y hoy, usted espera un regalo, un llamado, una señal de vida, un gesto de cariño que todavía no llegó. Hizo planes, preparó el almuerzo y ahora buscaba una palabra que sacase esa angustia de adentro suyo; la única que apareció para visitarla.
¡Usted la encontró y está aquí! Yo tengo más que una palabra, tengo una frase para usted madre: “¡Deje de esperar!” Provoque, luche, empuje a la multitud, no deje que su fe/certeza muera. No mendigue momentos felices, persiga una familia ma-ra-vi-llo-sa, no aquellas que aparecen en las publicidades de margarina (que duran unos pocos segundos) sino la de una raza que haga parte de una clase exclusiva de personas, aquellas que son propiedad de Dios.
Y, no desista de eso. No acepte migajas.