Eva (del hebreo ḥavvâ), la Madre de la Humanidad, cometió un error. Se dejó llevar por su naturaleza, sus impulsos, y pagó caro por eso. Yo imagino que ella cargó esa frustración, y se culpó mucho. «Aquella que da vida», ese era el significado de su nombre, pero ese nombre no alteró en nada su trayectoria.
Cada vez que veía una consecuencia del pecado que entró en el mundo, seguramente la voz de la serpiente la acusaba. Ella vivió el peor dolor que una madre puede pasar: tener su hijo asesinado por el otro. Otra marca en su vida. Caín fue expulsado de la convivencia, y ella nunca más lo vio.
La Biblia no menciona nada más de la vida de Eva, pero podemos ver claramente las raíces que ella cargaba dentro, y lo que eso trajo como consecuencia para todos los que convivían con ella.
Nosotras como madres también tenemos raíces que tienen que ser arrancadas. Muchas veces usted ni comprende por qué trata a su hija de una manera explosiva, cuando en verdad, querría darle cariño. O por qué su palabra no tiene valor, y ella no la respeta, cuando usted se dedica tanto a ella.
Y usted hija, ni sabe por qué trata a sus padres de una cierta manera, incluso queda enojada, pero no consigue actuar de forma diferente, ser otra.
Todo viene como consecuencia de traumas, situaciones que vivió y que aparentemente fueron superadas, pero que se quedan en el más profundo de su ínterior, donde nadie tiene acceso.
Pero cuando usted se descubre a sí misma, usted tiene la oportunidad de comenzar de nuevo, en todos los aspectos de su vida. Inclusive tener un nuevo nombre, ser una nueva persona, con características hasta entonces completamente desconocidas por usted. Un nombre que realmente hace la diferencia en el mundo.