Elegir un compañero de vida es una de las decisiones más importantes de nuestra vida.
El matrimonio es un pacto sagrado, establecido por Dios, por lo que es fundamental abordar esta decisión con sabiduría y discernimiento.
Aquí hay algunos principios bíblicos a considerar al buscar un cónyuge. En primer lugar, el carácter de la persona es de suma importancia. Las Sagradas Escrituras describen las características de una esposa excelente, como ser digna de confianza, trabajadora, bondadosa y sabia. También establece las cualidades de un esposo digno, como tener autocontrol, ser respetable y hospitalario.
Por lo tanto, busque a alguien que muestre rasgos de carácter como los del Señor Jesús y demuestre un compromiso genuino con su fe. En segundo lugar, es crucial encontrar a alguien que comparta sus valores y creencias. La Palabra de Dios advierte contra estar en un yugo desigual.
Debemos asegurarnos que la otra persona tenga creencias iguales y no una visión compartida para el futuro.
Esto incluye tener una comprensión similar del papel del matrimonio, la importancia de la familia y cómo vivir juntos por la fe.
En tercer lugar, un cónyuge potencial debe ser alguien que saque lo mejor de usted y lo desafíe a crecer en su relación con Dios.
Por último, es importante tomarse el tiempo para conocer a una persona, antes de comprometerse.
«Tampoco es bueno para una persona carecer de conocimiento, y el que se apresura con los pies peca». (Pv. 19:2)
Tómese el tiempo para construir una amistad sólida y conocer verdaderamente el carácter, los valores y las creencias de la persona, antes de iniciar una relación sentimental.
Todo indicaba que nuestro matrimonio había llegado a su fin
Estuve en una relación por 3 años, la cual se volvió tóxica y destructiva. Mi pareja me era infiel, bebía alcohol todos los días.
No sabía qué hacer, por eso decidí terminar la relación. Al poco tiempo me enteré que estaba embarazada, entonces decidimos regresar, pero la relación no fue la misma. Todo empeoró al extremo de llegar a las agresiones físicas.
Llegué a buscar ayuda en psicólogos y brujos, pero nada funcionó. Conocí el trabajo de la Iglesia Universal por una invitación; a partir de ese día comprendí que necesitaba a Dios para ser feliz y que solo Él podía ayudarme y darme fuerzas para seguir viviendo.
Perseverando los jueves en la Terapia del Amor, aprendí a usar mi fe para poder vencer todos los problemas que estaba teniendo en mi matrimonio. Al poco tiempo, invité a mi esposo Joel y desde ese momento nuestra vida comenzó a cambiar, hoy tenemos una relación, en la cual hay respeto y unión.
Ejerciendo nuestra fe, fue como Dios nos llenó del Espíritu Santo. Desde ese momento nuestro hogar se ha llenado de comprensión, alegría y paz.
>>Neida Rivera y Joel León