El vicio se maniesta en obras por las cuales usted jamás deseará ser el responsable, estamos hablando del espíritu del vicio, quien es el encargado de todo lo malo que sucede con nuestros seres queridos o amigos que caen delante de esta tentación. El espíritu del vicio trabaja de forma directa en la mente del dependiente químico. Él corta la conexión emocional que une a familia y amigos de la persona por él conquistada. Como si estuviese en un trance, el adicto aprende con su raptor que jamás debe asumir la condición de dependiente. El discurso del mal le enseña que su situación es de usuario y que, como tal, es capaz de controlar el vicio, de forma que él puede parar en la hora que quisiere, como si fuese independiente de su acción. Con todo esto, autocontrol es la última cosa que el adicto tiene sobre su propia vida. La dependencia en relación a la sustancia o hábito al que es adicto, asume el dominio sobre su conciencia, tomando posesión de ella. Como él no soporta más quedar sin el vicio, el trastorno en su mente se torna tan latente que él desenvuelve una nueva forma de pensar conforme a la orientación del espíritu del vicio, abandonando valores morales y afectivos relacionados con vínculos familiares y de amistad. Es como si él sufriese un lavado cerebral en el que sus instintos más básicos predominasen sobre todas las normas de conducta social. La única cosa que le importa es satisfacer esos instintos, canalizados para el consumo de la sustancia.