Este post es una continuación de mi post anterior, titulado “Antes de la Cris 2.0”
Hasta aquí, yo pensaba que había vencido todas mis inseguridades, peri descubrí que había adquirido nuevas al volver a Brasil. ¿Y sabes cuándo te das cuenta de que había algo que está mal, pero dices que estas consciente y tienes todo bajo control? Esta era yo.
Mi consciencia estaba martillando que aquella no era yo, pero al mismo tiempo, pensaba: – ¿cómo voy a representar bien a mi Dios si me visto como una que no tiene idea? Al final, estoy como presentadora de TV, tengo que cuidar mi apariencia. Además, muchas mujeres me siguen y necesitan que yo sepa vestirme para que ellas puedan hacer lo mismo.
Y, por más que todo eso era realidad (y aún lo es), el hecho es que esta preocupación en estar adecuada a las otras mujeres de mi alrededor me estaba haciendo mal espiritualmente, pues mi foco ya no estaba totalmente en lugar correcto.
Llegaba a hablar sobre el asunto con algunas amigas, pero ellas me decían siempre que eso no tenía nada que ver, que no hacía mal a nadie, que era parte de la vida… hasta que un día, ya no aguantaba más a mi consciencia pesada, hablé con Dios:
Señor, Tú sabes cómo quiero servirte y representarte bien, pero también no quiero que, al servirlo, me termine apartando de Ti al mismo tiempo… por lo tanto, Te pido que me des sabiduría para vestirme con discreción y elegancia, a la moda o no, siempre que, al mirarme, vean al Señor.
Después de esa oración, dejé de seguir a aquellas blogueras de moda que decían ser referentes y busqué en Dios el referente que necesitaba ser. ¿Y sabes una cosa? ¡Soy otra mujer! ¡A la hora de arreglarme, Él me inspira! De vez en cuando, echo una miradita en Pinterest para inspirarme, pero es raro.
Además, hice un voto con Él de que no compraría nada más hasta diciembre, y eso ha sido un desafío placentero, pues me obligó a usar lo que tengo, a ser creativa, y a contentarme en no tener lo que todo el mundo tiene por ahí.
Hoy, cuando estoy entre mujeres más conectadas que yo, no me siento inferior, no me un pez fuera del agua. Mi belleza no está en lo que visto.
Es claro que eso no quiere decir que no voy a cuidarme o que voy a relajar con mi apariencia, sino que puedo cuidar de ella sin ser esclava, ¿entiendes? No necesito tener aquella carterita, aquel mocasín o zapatilla plateada, aquel top con mangas, sino aquella falda midi, o jeans cropped, o una chaqueta con patchs para sentirme normal.
Después de aquella oración, Dios me hizo entender más profundamente la belleza y todo lo que es y lo que no es. ¿Ya has reparado que, a veces, la ropa es tan bonita que tú desapareces debajo de ella? ¡Así es, la ropa te está eclipsando!
Entenderás mejor eso cuando veas los siguientes ejemplos de flores:
La rosa
El girasol
El tulipán
La margarita
La lavanda
Todas son lindas, ¿no es cierto?
Pero todas son diferentes.
Si pudiésemos darles un rostro, ¿cuál sería? ¿la flor, el tallo o la hoja?
¡La flor, obviamente! El tallo y las horas forman parte del cuerpo de la flor… o sea, no miramos el cuerpo, ni qué tipo de follaje tienen, y sí a la flor en sí. Esa sí es linda, diferente, exhala perfume, embellece cualquier ambiente.
Es así que Dios nos embellece. Observa lo que el Señor Jesús dijo sobre ellas:
“Y por la ropa, ¿por qué os preocupáis? Observad cómo crecen los lirios del campo; no trabajan, ni hilan; pero os digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de éstos. Y si Dios viste así la hierba del campo, que hoy es y mañana es echada al horno, ¿no hará mucho más por vosotros, hombres de poca fe?”
Mateo 6.29-30
En la fe.