Sería imposible que tuviéramos una relación con Dios si, primero, Él no hubiese tomado la iniciativa de comunicarse con nosotros. Hizo eso por medio de Sus obras, por medio de Sus acciones en el transcurrir de la historia y, principalmente, por medio de Su Palabra. Por lo tanto, tenemos, a través de esas tres referencias, una revelación del Ser de Dios. O sea, sabemos Quién Él es, qué siente, cómo actúa, qué gustos tiene Él y otras informaciones sobre Su esencia.
Entonces, para que el ser humano consiga tener una relación con el Altísimo, es necesario que comprenda Su naturaleza.
Me gustaría destacar aquí, la justicia de Dios, que se constituye un pilar para Su Trono. Eso significa que la justicia sobresale como un rasgo destacado en la Personalidad Divina y determina cómo el SEÑOR gobierna, juzga y retribuye a los hombres conforme el proceder de cada uno.
¡Dios es Justo porque Él es Santo! Tenemos, por lo tanto, la certeza de que en Él nunca hubo ni habrá un solo error.
Por ser así de justo, Dios creó ángeles y hombres con voluntad propia. Podemos decir que esa libertad fue lo que Le costó más caro. A causa de ese poder de decisión, Lucifer se arruinó al optar por rebelarse en el Cielo. De la misma forma incorrecta, actuaron Adán y Eva al escoger desobedecer a una orden Divina en el Edén. Sin embargo, nada de eso hizo que el Altísimo cambiara de idea y eliminara el derecho de elección de Sus criaturas.
¿Y por qué Él actúa así?
El Todopoderoso quiere que cada uno coseche exactamente lo que decidió sembrar, o sea, solamente el hombre es el responsable por su propia bendición o maldición.
¿No fue así que sucedió con Caín y a Abel?
Los dos hermanos estaban libres para ofrendar, o no. E incluso en el momento de dar, decidieron, por sí mismos, qué dar, porque Dios no estipuló la ofrenda que quería recibir.
En las Escrituras, encontramos detalles de cuán celoso fue Abel, criterioso y lleno de fe al preparar su ofrenda. Por otro lado, en el caso de Caín, no hay ninguna mención de esfuerzo o cuidado de su parte para escoger qué llevaría al Altar.
Él no buscó las hojas más verdes o más suculentas, mucho menos ofreció granos que hubiesen sido cosechados de un modo exclusivo y especial para el SEÑOR. Por lo tanto, en el descanso de Caín, notamos Quién era Dios para él: Alguien común, que merecía algo cualquiera.
El desenlace de esta historia ya lo conocemos.
Entonces, si, por un lado, tenemos de parte de Dios libertad para escoger cómo servirlo, sea con honra o sea con deshonra, por otro lado, no tenemos cómo alterar las consecuencias que vendrán por la manera en la que escogemos tratarlo.
Al recibir una ofrenda, el SEÑOR no Se preocupa ni un poco en esconder si aprueba o reprueba al dador. Dios es transparente; o sea, cuando una ofrenda perfecta llega al Altar, enseguida exalta al ofrendante. En contrapartida, cuando el Altar recibe una ofrenda imperfecta, enseguida Dios muestra Su desplacer con relación a aquel que la dio.
Y a causa de esa reprobación, muchos han cuestionado a la justicia de Dios, a la iglesia o al pastor, cuando deberían mirarse a sí mismos. A fin de cuentas, en el interior de cada uno están las respuestas de su fracaso. ¡Jamás esas fallas estarán en el Dios Absolutamente Justo!
Es necesario ser consciente de que la vida de cada uno depende de su ofrenda de vida a Él. Nadie puede interferir en nuestra elección: ni Dios, ni el diablo, ni las personas, ni las circunstancias. Porque todos reciben la libertad para glorificar o despreciar al SEÑOR.
Finalizo diciendo que, siendo Dios el Todopoderoso, podría imponer con autoridad Su voluntad, pero Él prefirió dejarnos libres para decidir nuestro propio camino. Y así, somos nosotros los que generamos nuestra victoria o nuestra derrota, por eso está escrito:
He aquí Yo pongo hoy delante de vosotros la bendición y la maldición. Deuteronomio 11:26