Sabemos que mientras mayor es el precio de un producto, mayor es su calidad. La garantía, la durabilidad, la utilidad y la exclusividad también están incluidas en el precio. Si el costo de un producto es bajo, enseguida desconfiamos y pensamos mucho, si realmente valdrá la pena adquirirla.
Todo en la vida tiene su precio, no solo los bienes materiales, sino también las conquistas personales. Y el valor que esté dispuesto a pagar, determinará la calidad de lo que adquirió.
¿Cuánto pagaría por un matrimonio estable, una carrera exitosa, una salud de hierro o por tener paz en su interior?
Muchos están dispuestos a sacrificar todo por obtener la verdadera felicidad, sacrifican sus deseos carnales y esperan a la persona indicada siguiendo los consejos de Dios, mientras que otros prefieren hacer lo que desean, como por ejemplo: entregarse al primero que aparezca y seguir su propio corazón.
Quien desea tener éxito en la vida, sacrifica; en cambio, existen otras personas que viven engañando, mostrando una cosa y siendo o haciendo otra.
Quién desea tener una vida saludable sigue una rutina de ejercicios y una alimentación equilibrada, pero quien no la desea se deja llevar por la pereza y no renuncia al placer de comer alimentos calóricos.
En lo espiritual, vemos personas que siguen la Palabra de Dios fielmente, pero también vemos otras que siguen a Dios de cualquier manera, esta es la razón por la que existen matrimonios duraderos y también fracasados, grandes profesionales en las portadas de las revistas y grandes empresarios detrás de las rejas, personas saludables y personas enfermas, vencedores en la fe y religiosos que sufren amargamente. La diferencia entre el éxito o el fracaso está en el precio que cada uno estuvo dispuesto a pagar para alcanzar su objetivo.
En este mundo, es más fácil usar la mentira en vez de la verdad para conquistar, la primera trae resultados inmediatos, la segunda exige mucho más tiempo y energía. Pero no se olvide: el grado de dificultad para la conquista es proporcional a la calidad de lo que alcanzará.
¿Cuánto está dispuesto a pagar? ¿El valor alto de la verdad o el precio bajo de la mentira? Es usted quien decide. Y, después, no tendrá el derecho de reclamar lo que se llevó a su casa.