Ninguna madre es igual a la otra. Cada una tiene su modo de cuidar, de educar, de expresar su amor, pero una cosa que todas tienen en común es que todas son únicas. El vídeo de un comercial, quiso probar eso de una manera inusitada –fue realizado un experimento para confirmar si una niña es capaz de reconocer a su madre con los ojos vendados–. Y sí, cada una de ellas encontró a su madre.
Yo me acuerdo con exactitud de la textura del cabello de mi madre, del olor de la crema hidratante de aguas marinas que ella usaba, del abrazo cariñoso, del almuerzo de los domingos –son partes de mi memoria que mi cerebro insiste en mantener vivo–. Pero mucho más que mis 5 sentidos consiguieran captar la información, lo que me llevó a encontrar El Camino fueron sus palabras.
Aquellas palabras me incentivaban a hacer lo que era correcto, a no desistir, por más cansada y solitaria que estuviera, yo me acordaba que para ella yo era diferente, especial. Innumerables veces yo me sentía atraída por el “glamour” de las fiestas, por la alegría sin compromiso que la bebida parecía ofrecer, pero había una temor que me impedía cruzar aquellos límites, los límites que las palabras de ella habían formado en mí.
Si usted se propusiera en este momento, tengo certeza de que conseguirá escucharlas nuevamente. Puede ser que no siempre las palabras fueran amables, dichas de forma correcta, o el ejemplo fuera impecable, pero aquellas palabras te incentivaron a llegar hasta aquí, a continuar caminando, aunque sus ojos aún estuvieran cerrados.