Dicen que una palabra puede cambiar el rumbo de la vida de cualquier persona. Por esta razón, tenemos que cuidar lo que decimos para no perjudicar a nadie.
«…Ciertamente, la palabra de Dios es viva y poderosa, y más cortante que cualquier espada de dos los. Penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu, hasta la médula de los huesos, y juzga los pensamientos y las intenciones del corazón…» Hb 4: 11-13).
Ahora podemos entender este pasaje bíblico. La lengua no es sólo un órgano que hace parte de nuestro cuerpo, sino una herramienta que tiene Poder y puede causar separaciones, traiciones, divorcios, guerras familiares y un sin n de problemas.
Sucede en el matrimonio cuando uno le dice a la pareja: «¿por qué no eres igual que el esposo de mi amiga?», «deja de comer, pareces una ballena», … la lista es infinita de palabras ofensivas y negativas, que en vez de edificar y animar a alguien, causa la muerte en la relación.
La cuestión es que el verdadero problema no es aquello que usted ve, el problema está más abajo. El marido tiene un vicio, por ejemplo. La esposa lo ve en aquel vicio y piensa que eso es el problema. Ella se irrita, lo critica, intenta conversar y pedirle que cambie, pero no cambia. ¿Por qué? Porque el vicio no es el problema. Hay una raíz, algo más profundo que causa aquel vicio…
Pero los dos discuten en círculo sobre lo que ellos ven. Los problemas visibles son como las hojas, ramas y tronco de un árbol; en cambio, las verdaderas causas son menos aparentes, difíciles de detectar y entender. Sin embargo, la única razón de que los problemas que se ven, existan, es la raíz que los alimenta.
La única razón de que los problemas que se ven existan, es la raíz que los alimenta. Si no hubiese raíz, el árbol no existiría.
“MI MATRIMONIO ESTABA AL BORDE DEL FRACASO ”
Pero pudimos encontrar la raíz que nos estaba afectando y esa situación fue revertida.
Era una mujer que estaba llena de odio, rencor, desesperación, sentimientos de coraje e inseguridad. Por eso intenté quitarme la vida en dos ocasiones. Mi vida era un fracaso, no lograba tener una vida financiera estable, todo por causa de los vicios de mi esposo. Por esa causa en varias ocasiones nos quedamos sin comer, el dinero no nos alcanzaba, además él me golpeaba. Todo mi sufrimiento terminó cuando conocí la Iglesia Universal. Aquí fue donde aprendí a usar mi fe para poder ser libre de todo ese sufrimiento. Así fue como logré tener un encuentro con Dios. A partir de ese día encontré el amor y la felicidad que tanto anhelaba. El ser bautizada con el Espíritu Santo, transformó mi vida y mi matrimonio. Dios transformó a mi esposo, ya que él dejó los vicios. Hoy tenemos 29 años de casados y eso sólo ha podido ser posible por el Poder del Espíritu Santo.
•• Maria Elena y Oscar Vallejo