La Biblia menciona que dos ciudades que representaban a los hijos de Dios se alejaron de Él. Aún teniendo un Dios grande y poderoso, se apartaron de Él y le dieron la espalda. “»Yo me dije a mí mismo: “Los trataré como a mis hijos, les daré una tierra agradable, la tierra más apreciada entre todas las naciones”. Pensé que tú me llamarías “Padre mío” y que nunca me abandonarías”. Jeremías 3:19
Dios siempre ha querido darnos una tierra deseable, una vida bendecida y que lo llamemos, Padre, sin embargo, no todos pueden hacerlo, pues para eso, es necesario obedecerlo. Dios quiere su respeto.
“… pero tú me has sido infiel como una mujer engaña a su marido». Lo dice el SEÑOR. Se escuchan voces en las colinas desoladas, es el llanto y las súplicas de los israelitas. Ellos se corrompieron, se han olvidado del SEÑOR su Dios”. Jeremías 3:20-21
Es decir, muchos a causa de su infidelidad a Dios no han podido llamarlo, Padre.
Muchas veces, la persona pide perdón a Dios, pero ella vive cometiendo los mismos pecados de siempre, con mucha facilidad vuelve a inclinarse para la pornografía, se sumerge en algún vicio, miente o engaña para “su benecio”, etc., o sea, vive siéndole infiel a Dios, y no porque sea difícil obedecerlo y serle fiel, sino porque ella no está dispuesta a sacrificar su voluntad para hacer la de Dios.
“«Regresen, hijos rebeldes, que yo perdonaré su infidelidad». «A ti regresamos porque tú eres el SEÑOR nuestro Dios”. Jeremías 3:22
Él quiere que usted lo considere como Dios, Señor y Padre, a través de la obediencia.
Muchos aún no han recibido el Espíritu Santo, simplemente porque no decidieron pagar el precio para ser hijo de Dios, ¿qué precio? El de entregarle toda su vida, es decir, entregarle sus pecados, errores, miedos y el pasado, para que Él pueda hacer todo nuevo.
Dios borra los pecados de quien se arrepiente, y los echa al mar del olvido, así lo dice Su Palabra (Miqueas 7: 19, Isaías 43: 25), eso quiere decir que, al borrar los pecados, Él no se acuerda más de ellos, claro, sí la persona se arrepiente.
Dios nunca nos abandonó.
En mi casa había problemas económicos, mi padre estaba desempleado; a veces, no teníamos ni para comer.
A pesar de ser muy joven, cargaba en mi interior una profunda tristeza, depresión y complejos de inferioridad.
Un día mi tía nos invitó a la Iglesia Universal, fuimos bien recibidos y con el paso del tiempo, entendí que nuestros problemas eran causados por un mal espiritual. Entonces comenzamos a participar de las cadenas de oración y los problemas comenzaron a solucionarse, mi papá consiguió empleo; dejé de sentirme triste y depresiva. Conocí a Fernando y nos casamos; tuvimos dos hijos.
Con el tiempo descuidé mi vida con Dios y en la pandemia perdimos cinco familiares, eso me sacudió espiritualmente, me di cuenta de que estaba distante de Dios; en ese lapso mi esposo tuvo un accidente laboral, en el que pudo haber muerto, pero Dios lo libró, eso nos mostró que Él nunca nos abandonó como nosotros lo habíamos hecho. Reconocimos nuestro error y pasamos a entregarnos a nuestro Padre, así recibí el Espíritu Santo, Él me dio paz, alegría, fuerzas y amor por las almas.
Hoy mi hogar es una bendición, aprendimos a ser fieles y a colocar a Dios en primer lugar, Él es la más grande bendición que tenemos.
A través de la fe adquirimos nuestra casa propia y un vehículo nuevo. Dios ha suplido todas nuestras necesidades.
•• Sra. Gina M. y familia Universal – Centro de Guayaquil (Quito y Luque)