Desde los nueve años dejé el campo y fui a vivir en la ciudad para trabajar arreglando casas, siempre sufrí humillaciones y maltratos, pasé a sentirme frustrada y triste por mi situación.
Constantemente culpaba a Dios por el hecho de pasar todos los problemas que enfrentaba.
Después conocí a mi esposo, nos enamoramos y nos casamos, tiempo después él perdió su empleo y se sumergió en el alcohol, en ocasiones pasaba de dos a tres días fuera de la casa, el poco dinero que conseguía no alcanzaba ni para los gastos básicos del hogar, vivía en una casa de caña, mi cama tenía como patas una hilera de piedras, no teníamos muebles ni mesa, la miseria era extrema, vivíamos de favores, a veces mi vecina me llevaba comida para que cocinara y le diera de comer a mis hijas, debido a esto quise suicidarme, pero gracias a Dios no lo conseguí.
Así llegué a la Iglesia Universal donde conocí a un Dios Vivo que me dio fuerzas cuando más lo necesité.
Cuando menos lo esperé todo empezó a cambiar, debido a una entrega sincera a Dios, pues ya no quería ser quien era, así la amargura y la tristeza desaparecieron. Conseguí llevar a mi familia a la Iglesia, mi esposo fui liberado del vicio, mis hijas tienen una vida bendecida. Hoy en mi hogar hay paz, unión familiar y respeto, económicamente no nos hace falta nada, Dios me dio más de lo que podía imaginar. Pero debo decir, que lo más importante que hay en mi vida es la presencia de Dios dentro de mi ser, esto realmente me da paz y felicidad, pues aunque conquisté muchas cosas materialmente, nada de ello tendría sentido sin Dios.
•• Carlos y Nelly Suriaga