Leí el post “Dudas sobre la Hoguera Santa” y pienso que hay algo que es necesario explicar para que las personas logren entender el espíritu de la Hoguera Santa. Mucha gente nunca notó que la palabra “sacrificio” tiene más de un significado. El sentido más usado por el mundo para esa palabra es “sufrimiento”. La gente dice “sacrificio” y las personas enseguida piensan en sufrimiento extremo, casi como una penitencia. Pero la palabra “sacrificio” es usada en la Universal en el sentido más olvidado del diccionario: renuncia.
En el Diccionario Michaelis ese significado aparece así: “Renuncia voluntaria a un bien o a un derecho”. Y ese es nuestro sacrificio. No es dar algo para quedarnos sufriendo, torturándonos, en la esperanza de que el sufrimiento alcance alguna cosa, sino renunciar voluntariamente a algo que Dios pidió, sabiendo que esa renuncia traerá el resultado que Él prometió. La renuncia es algo pensado, es una actitud de espíritu. Por su parte el sufrimiento es del alma, del corazón y, a veces, del cuerpo.
Yo entiendo la confusión. La cultura católica glorifica al sufrimiento. Tanto es así que el catolicismo se enfoca mucho en el dolor físico de Jesús en al cruz, como si eso, por sí solo, fuese el sacrificio. Siendo que Su dolor más grande fue haber renunciado a Su conexión con el Padre (principalmente), a Su paz de espíritu y pureza (pues cargó nuestros pecados) y a Su derecho de vivir para que tuviésemos vida. Su sacrificio fue espiritual, fue de renuncia. El sacrificio físico de la muerte solo simbolizaba el sacrificio espiritual, que nos libró de la muerte eterna.
La cultura católica piensa que quien sufre es santo. Pero el santo realmente es el que renuncia. El que renuncia a sus voluntades, el que renuncia al derecho de vengarse, de responder, el que renuncia al desorden, el que renuncia al derecho animal de vivir de acuerdo a sus instintos e impulsos, el que renuncia al derecho de pertenecerse a sí mismo, el que renuncia a la indisciplina, el que renuncia a su propia vida, el que renuncia a un bien al cual está apegado, el que renuncia al derecho de tener en el dinero su seguridad… El que se entrega, renuncia.
Ese es el sacrificio que se hace en el mundo, sin saber. El estudiante que renuncia al derecho de dormir para estudiar, aquel que renuncia a los bailes para tener un noviazgo firme, el que renuncia a los dulces para mantenerse saludable, el que renuncia al sedentarismo para ejercitarse, el que renuncia al derecho de gastar en sí mismo para invertir en algo, el que renuncia a la pereza para leer un libro…
Y cuando el pastor dice que el sacrificio tiene que doler, es verdad, pero ese dolor no es católico, no es físico. Porque la renuncia duele más que el dolor físico o que el mero sufrimiento. Es el dolor del alma siendo disciplinada por el espíritu. Es el dolor que nos hace más fuertes pues nos hace dependientes de Dios. Y entiendo que es ese el criterio que Él usa al pedirnos el sacrificio. Y entonces (al ver el sacrificio como renuncia y no como sufrimiento) comenzamos a entender cuando el pastor nos dice que Dios nos pide para darnos más. Él pide lo que estaba estorbando (y a veces ni nos dábamos cuenta) y, al renunciar, nos vemos libres para cosas mayores, pues salimos de la zona de comodidad donde nos conformábamos. Rompemos nuestros límites, hacemos lo que jamás hubiéramos hecho por nuestra cuenta, a veces sin ni siquiera entender por qué Dios nos pidió eso, pero confiamos en que Él sabe lo que hace y, en esa confianza, hacemos nuestro sacrificio. Creemos, por eso entregamos.
Ese es el espíritu de la Hoguera Santa.