Mientras la humanidad insista en no seguir unánimemente los preceptos de Dios, el mundo seguirá siendo violento. Podemos ver en relatos históricos y bíblicos, en los que hasta los campesinos defendían a su pueblo utilizando sus herramientas de trabajo.
Varias culturas antiguas practicaban la defensa personal en tácticas con y sin el uso de armas, cuerpo a cuerpo.
Pero quien piense que dominar es andar dando vueltas por conocer ciertas técnicas se equivoca.
Dominio sobre uno mismo.
No importa si se convierte en el mejor luchador de cualquier arte marcial si el hombre no es capaz de dominar su lengua. Él debe ser inteligente para argumentar, defenderse de las injusticias y hacer valer su palabra, lo que para un cristiano, es proporcionado por los frutos del Espíritu Santo, los dones que trae a quienes Lo aceptan en su vida.
Un hombre que elige hacer de su cuerpo un templo para el Espíritu de Dios, muestra madurez emocional, paciencia, respeto y honor, incluso para aquellos que intentan hacerle daño a él y a sus seres queridos. Sabe imponerse a través de palabras, actitudes y demuestra que es un seguidor legítimo de su Dios, sin causar daño físico o emocional a otro.
“Todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse. Porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios.” (Santiago 1: 19-20)