“No mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”. Filipenses 2: 4-8
No es que tengamos que estar pendientes de la vida de otros, de lo que hacen o no, de lo que dicen y de lo que no, etc., a lo que el apóstol Pablo se refería en su carta a los filipenses, es que no podemos actuar de manera egoísta, pudiendo ayudar a quien lo necesita, pues debemos dar a los demás aquello que Dios nos ha dado.
El Señor Jesús deseó dar para nosotros aquello que Él tenía, paz, fe, salvación, pues Él vino a traer a la humanidad una nueva oportunidad y la esperanza de una nueva vida.
Sin embargo, hoy en día, el ser humano actúa de forma contraria, cada uno cuida de sus propios intereses, sin importarle los demás.
El Señor Jesús siendo Dios, se abdicó de su condición divina para ser igual a cualquier ser humano, es decir, Él no murió apenas en la cruz, Él se despojó de ser Dios, para venir al mundo y ser humillado, pues su muerte fue la muerte más humillante que existía en la época.
El Señor Jesús dejó su lugar de confort, el Cielo, y vino a este mundo para cuidar de nuestros intereses, es decir, librarnos del mal y darnos lo que Él tiene, por ese motivo, Él es el Señor, porque primero se hizo siervo y se humilló a sí mismo.
La vida, muerte y resurrección del Señor Jesús nos enseña que el mensaje de la Cruz es, la victoria a través del sacrificio, y el mayor sacrificio es la entrega de uno mismo, de los propios intereses y deseos, pues el único camino para vencer y llegar a la eternidad es la Cruz, que representa el sacrificio de asumir la fe en el Señor Jesús.
Esto es lo que el Señor Jesús requiere que hagamos, que entreguemos a Él y demos lo que hemos recibido de Él, de esa manera, cuidamos de nosotros y del prójimo.
“Deudas y una vida frustrada me llevaron a desear la muerte”
A pesar de mi profesión de Tecnóloga Médico, no conseguía trabajo, metía carpeta en muchos lugares, pero en ninguna había vacante, debido a eso empecé a realizar ventas para generar ingresos, pero terminé endeudada; intenté colocar un negocio, pero todo se trababa, llegó un tiempo en que no conseguía ni pagar el arriendo del local, mucho menos el salario de las personas que me ayudaban; debido a eso comencé a pedir dinero prestado, por el cual debía pagar altos intereses.
Empecé a sentirme frustrada, me deprimía y al no conseguir lo suficiente para pagar, me sentía desesperada, llegué a empeñar prendas de valor que luego perdí y seguí endeudada.
A veces quería dormir y no despertar nunca más. Vivía ansiosa, nerviosa, llena de miedos e inseguridades y con la autoestima por el suelo.
Una noche vi el programa de la Iglesia Universal y decidí asistir a una de las reuniones. Desde el primer día, yo tuve la certeza de que estaba en el lugar indicado y que Dios cambiaría mi vida. Conseguí un trabajo y empecé a pagar algunas deudas.
“Entendí que lo principal aún no lo había hecho, ser sincera con Dios y entregarme por completo a Él”.
Decidí actuar por la fe, perdoné, abandoné los resentimientos, el orgullo, la prepotencia, me bauticé en las aguas y realmente, nací de nuevo porque Dios cambió mi mente y corazón.
Poco tiempo después participé en un propósito de fe y recibí el Espíritu Santo, Él me dio paz, alegría, seguridad y dirección.
Abrí una Red de Mercadeo con la bendición de Dios, mis hijos estudiaron en Europa y están concretizando sus sueños.
Sra. Carmen Bennet