“Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios.” (Lucas 1:35)
Cuando el Espíritu Santo desciende sobre su vida, usted nace de Dios; y se transforma en una persona santa (separado para Él), es decir, en un hijo de Dios.
Los hijos de Dios no viven en el pecado, al contrario, ellos huyen del pecado por ser santificados, y se transforman en el perfume de Cristo en este mundo, se tornan fuentes de agua viva para saciar las almas sedientas de este mundo.
Muchos se preguntan: ¿Qué debo hacer para recibir el Espíritu Santo? Para esto, es necesario sacrificar, si no existe el sacrificio no podrá recibirlo. Y quién ya lo recibió, tiene que seguir sacrificando sus voluntades, su “yo”, para conservar el Espíritu de Dios dentro de sí.
El Espíritu Santo hace que usted viva en santidad ¡y le da el poder de ser llamado hijo de Dios! Y la mayor evidencia son los frutos del Espíritu Santo.
Jesús fue bautizado con el Espíritu Santo y su comportamiento en la tierra fue perfecto, en santidad, pues vivió para hacer la voluntad de Dios.
Cuando las voluntades de su corazón prevalecen sobre la voluntad de Dios, esa es la mayor prueba de que aún usted no recibió el Espíritu Santo..
¿Por qué no lo recibió? Porque aún no sacrificó toda su vida, todo su “yo”, todas sus voluntades.
Para recibir la promesa de Dios y ser lo que fue, Abraham tuvo que sacrificar su tierra; ya que él estaba apegado a su familia, a su parentela y a la casa de sus padres…
“Pero Dios había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré.” (Génesis 12:1)
Los que han recibido el Espíritu Santo sacrificaron todo, lo que eran y lo que pretendían ser, tornándose igual a Abraham, un heredero de Dios.
¿Qué debemos sacrificar? Todo aquello a lo que el corazón está apegado: familia, hijos, amigos, vicios, pecado, bienes materiales… Por eso Jesús dijo: “Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.” (Mateo 6:21)
Todos pueden sacrificar, ya que todos poseen una vida para entregar. Aunque no tengan nada, aún tratándose de una persona que vive en la mendicidad, ella tiene un alma y una vida que puede entregar.
Los que colocan todo en el Altar, todo su “yo”, todas sus voluntades, recibirán el todo del Altar, convirtiéndose en un escogido de Dios, en un hijo de Abraham.