Pedro, era un discípulo que constantemente actuaba guiado por sus emociones, era muy temperamental e incluso llegó a negar al Señor Jesús, pero después de recibir el Espíritu Santo, Pedro recibió poder para representar a Dios en este mundo, consecuentemente toda su inestabilidad emocional desapareció y fue transformado en un nuevo hombre, y lo mismo sucede en los días de hoy, aquellos que reciben el Espíritu Santo, también reciben ese poder para representar al Señor Jesús en este mundo.
Las palabras de una persona llena del Espíritu Santo tienen poder, el apóstol Pedro en su primera prédica vivió la experiencia de ver a tres mil personas bautizándose y entregándose por completo al Señor Jesús.
Las palabras de las Sagradas Escrituras indudablemente siempre han tenido y tendrán poder, sin embargo, ¿por qué muchos oyen la Palabra de Dios y no reciben el poder del Espíritu Santo? La respuesta es simple, la palabra no surte efecto en aquellos que se sierran para la misma, debido a eso, sus vidas no tienen frutos ni resultados. “Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo. Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos? Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo.” Hechos 2:36-38
Dios envió a Jesús a este mundo para hacerlo Señor y Salvador de todos, sin embargo, lo crucificaron, pero éste hecho no impidió que Él cumpliera con Su propósito y, aún en los días de hoy se vuelve Señor y Salvador de aquellos que obedecen Su Palabra.
El Señor Jesús no necesitaba bautizarse en las aguas, sin embargo, lo hizo para que las escrituras se cumplieran. Sí Él siendo el Hijo de Dios tuvo que obedecer las Escrituras, cuanto más nosotros, que somos apenas criaturas.
El inicio de una nueva vida empieza con un arrepentimiento sincero, en el que la persona se despoja de todo aquello que le ha separado de Dios y así adquirir el perdón de sus pecados, para entonces vivir la experiencia única de que el Espíritu de Dios more en su interior y consecuentemente nunca más ser la misma persona de antes.