El “no” que mis padres me dieron.
Crecí en un hogar estable. Mis padres tenían (y tienen) un matrimonio ejemplar y me educaron muy bien. Nunca me forzaron a creer en Dios, nunca me forzaron a ir a la iglesia o a leer la Biblia, en realidad, nunca me forzaron a nada. Incluso en la escuela, me sacaba notas buenas porque yo quería. Puedes pensar que eran padres liberales, para nada. Supieron darme el “no” que necesitaba.
Mi infancia no fue guiada por la infancia de los demás niños. No porque todas las chicas de mi edad se quedaban en la casa de sus amiguitas e iban a fiestas de la escuela, que ellos me dejarían ir. No porque todo el mundo viera la novela de las ocho, me dejarían verla. No porque todo el mundo durmiese tarde, ellos me dejarían dormirme tarde. No porque todo el mundo veía películas para mayores de 18 años ellos me dejarían verlas.
Crecí dentro de una disciplina que me protegió de muchas cosas. No pensaba en sexo porque no escuchaba hablar de eso, no lo veía, ni tenía amigas que hablaran de eso. Nunca quise fumar, huir de casa, robar, ir a una discoteca, o estar con alguien. En mi día a día, no tenía acceso a nada de eso, fueron cosas en las que recibí el “no” de mis padres sin saberlo
Y no por eso dejamos de ser niñas felices y alegres, por lo contrario, mi hermana y yo vivíamos riendo literalmente. Nuestra diversión era jugar a la rayuela, al quemado, dibujar y mirar el pájaro loco. ¡A los 13 años todavía jugaba con muñecas!
Mis padres me permitieron ser una niña hasta que ya no pude y por eso soy muy agradecida a ellos. A los 15 años me convertí, a los 16 conocí a mi marido y a los 17 me casé, y hasta hoy cosecho los beneficios de haber tenido una infancia preservada.
Les sugiero a las madres que hagan lo mismo con sus hijos. No permitan que el mundo les robe la infancia. Dile “no” a las cosas que comprometen la pureza de sus corazones.