“El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venciere, le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios.” (Apocalipsis 2:7)
El orgullo es la causa principal del sufrimiento humano. Dios no se manifiesta en una persona orgullosa, ya que este tipo de personas no tiene oídos para Dios, ellos sólo oyen la voz de sí mismo y de su propio corazón.
Solamente la humildad nos da condición y capacidad espiritual para oír la voz de Dios, por eso el propio Señor Jesús nos enseñó diciendo: “Bienaventurados los humildes, pues ellos heredarán la tierra.” (Mateo 5:5)
El orgullo está presente en todas las clases sociales y credos religiosos. Hay personas pobres que son orgullosas, pero también existen ricos que son humildes, es el caso de Zaqueo que era jefe de los cobradores de impuestos.
El orgullo impide, incluso, que la oración sea oída. Las personas que están dentro de la iglesia y que sufren con el mal de ser orgullosas, tienen la mente cauterizada, es decir, ellas creen tener suficiente conocimiento y no reconocen su necesidad espiritual.
En muchos casos el orgulloso aparenta una humildad, o sea, físicamente escucha, pero espiritualmente no oye, ni entiende, por eso el resultado es la derrota, sin embargo, el humilde es vencedor porque consigue oír y dar atención a la voz de Dios.
El sacrificio es un acto de fe y humildad, que nos conduce por el camino estrecho a una vida plena, para esto es necesario vencerse a sí mismo, vencer el orgullo, la malicia, la arrogancia y así poder caminar en dirección hacia el Altar, depositando en él toda nuestra vida.
No sirve de nada escuchar la Palabra de Dios, si el orgullo no le deja tomar una decisión con respecto a la misma, para ello hay la necesidad de ser humilde.
“Jesús dijo: aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas.” (Mateo 11:29)
Por causa del orgullo, la mayoría de personas viven una vida infernal en este mundo. Jesús enseña que el camino es estrecho, pero muchos transitan por el camino ancho. Nada ni nadie puede impedir la victoria de quien es humilde para oír y obedecer a Dios.
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