Sorpréndase, uno de los sentimientos más comunes del ser humano no es el amor, pero sí la amargura.
Y la amargura genera más amargura, que alimenta el odio, la irritabilidad, la ansiedad, la tristeza y hasta puede llegar a una depresión. En esta última etapa, muchos hacen terapias, tratamientos y usan remedios, que a veces causan dependencia.
Y así, la persona va buscando medios para llenar el vacío en el pecho con relaciones, vicios, música y estas que le dan un poco de alivio, por lo menos por algunos minutos. Y el ciclo se vuelve un amuleto, cuanto más tiempo guardado, más atascado, día trás día hasta que finalmente la persona perdona.
Sí, porque el perdón quiebra cualquier ciclo vicioso, deshace la amargura, pone un freno a las consecuencias que el odio acumula, liberándola de la esclavitud emocional que por tanto tiempo vivió.
¿Pero quién en esa selva de piedras quiere apenas perdonar? Pues bien, muchos prefieren convivir con el odio, por eso tanto egoísmo, preconcepto, violencia, crimen, odio, en fin. El ser humano va destruyéndose, poco a poco, sólo porque no entiende que la solución de sus conflictos más antiguos está en una decisión que sólo él puede tomar. El de perdonar.
SRA. CRISTIANE CARDOSO