Toda persona que se disponga a buscar a Dios con todo su corazón, Lo encontrará, pero quien Lo desprecie también será despreciado, esa es la ley de la vida, si uno da, recibe, si no da, no recibe.
“Vino el Espíritu de Dios sobre Azarías hijo de Obed, y salió al encuentro de Asa, y le dijo: Oídme, Asa y todo Judá y Benjamín: el Señor estará con vosotros, si vosotros estuviereis con él; y si le buscareis, será hallado de vosotros; mas si le dejareis, él también os dejará.” 2 Crónicas 15: 1-2
Muchos creen ser justos, debido a ello reclaman por el hecho de no ver el poder de Dios actuando en sus vidas; creer que es una buena persona no es suficiente, pues nadie puede justificarse a sí mismo, es Dios quien justifica al ser humano, por otro lado, ser bueno es apenas la obligación de cada uno. No podemos alegar que Dios tiene la obligación de bendecirnos por ser buenos, pues Él bendice a quien usa la fe y ha quien Lo busca con todo su corazón.
“Muchos días ha estado Israel sin verdadero Dios y sin sacerdote que enseñara, y sin ley; pero cuando en su tribulación se convirtieron al Señor Dios de Israel, y le buscaron, él fue hallado de ellos.” 2 Crónicas 15: 3-4
Sólo cuando pasamos a buscar a Dios con sinceridad y humildad de corazón es que Lo encontramos.
Muchas personas en medio de las dificultades llegan a la conclusión de que Dios les está haciendo pasar por esos problemas, ignorando que esos males provienen del diablo, que está en este mundo para matar, robar y destruir.
Por eso es que incesantemente hemos hablado de la importancia de recibir el Espíritu Santo, pues aquellos que cargan dentro de sí el Espíritu de Dios no serán tocados por ningún mal; aunque enfrenten luchas, nunca se sentiran sin paz o sin saber qué hacer, al contrario, tendrán fuerzas y capacidad para combatir y vencer los problemas.
“Pero esforzaos vosotros, y no desfallezcan vuestras manos, pues hay recompensa para vuestra obra.” 2 Crónicas 15: 7
Concluí que no tenía razón para vivir.
«Era una persona vacía, triste y estaba llena de rencor.
Vivía comparándome con otras personas, debido a esto me sentía inferior. Era una joven guiada por emociones, eso me hizo llegar a la conclusión de que mi vida no tenía sentido, es decir, no tenía motivos de alegría en mi día a día.
Cuando llegué a la Iglesia Universal comencé a frecuentar las reuniones asiduamente. Entendí que Dios podía cambiar mi vida y darme esa felicidad que tanto anhelaba.
Me bauticé en las aguas y mi vida fue cambiando poco a poco. Me sentía diferente y pasé a involucrarme en las cosas de Dios, sin embargo, el tiempo fue pasando y un día leyendo la Palabra de Dios, donde menciona el fruto del Espíritu Santo, me di cuenta que no tenía el Espíritu Santo como hasta ese momento creía, vi que no tenía ese fruto en mi vida, y eso me entristeció, pero a la vez sentí una gran fuerza para hacer lo que debía hacer. Comencé a analizar mis actitudes y cosas que desagradaban a Dios; dejé de hacer mi voluntad para agradar únicamente a Dios, pues entendí que cosas pequeñas me habían impedido recibir el Espíritu Santo. Me entregué por completo, hice propósitos de fe y oraba constantemente. Hasta que un día buscando el Espíritu Santo en mi casa, Lo recibí.
Después de esa experiencia me convertí en una persona sin complejos, segura y fuerte. Siempre vienen luchas, pero mi fe no decae.
El Espíritu Santo me ha ayudado a mantenerme de pie, ya sea en las luchas como también en las bendiciones.»
••• Srta. Katiuska Pita