“Pero si yo por el Espíritu de Dios echo fuera los demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el reino de Dios.» (Mateo 12:28)
En el momento en que los demonios salen de su vida, es allí que entra el Reino de Dios, es decir, el Reino de Dios sólo puede entrar en usted, cuando el reino de las tinieblas sale.
Por eso la persona que manifiesta con demonios no debe sentir vergüenza, al contrario, debe estar alegre porque el Reino de Dios a llegado a ella.
Cuando usted reciba el Reino de Dios, podrá también vivir de manera natural en la disciplina, justicia, verdad, sinceridad, integridad y en el temor a Dios, que son características de Su Reino. Cuando esto sucede, es muy probable que los primeros enemigos, sean los de su propia casa, su familia y “amigos”, ya que ellos se mantienen en el reino de las tinieblas, que es un reino opuesto al de Dios, un reino de mentira, infidelidad, engaño y desorden.
Quien está en el Reino de Dios, está fuera del reino de este mundo, y tenemos como ejemplo a Job:
«Hubo en tierra de Uz un varón llamado Job; y era este hombre perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal.» (Job 1:1)
Vemos el desastre que el reino del diablo ha hecho en la vida de las personas, que no viven en el Reino de Dios. Y esto se debe a la falta de protección en sus vidas (o sea, la falta del Espíritu Santo). No existe un punto medio, ó está en el Reino de Dios ó en el reino del diablo.
«Quien no consigue amar, no conoce a Dios; porque Dios es amor.» (1 Juan 4:8)
Cuando la Biblia habla de amor, se está refiriendo a la fidelidad a Dios y no simplemente a un sentimiento carnal hacia otra persona. El primer mandamiento es amar a Dios sobre todas las cosas, pero… ¿cómo puede usted amar a Dios sin conocerlo? No es posible, ya que para conocerlo hay que entregarse a Él 100%.
Amar a Dios significa, ponerlo en primer lugar en su vida, viviendo dentro de lo que es justo y correcto, agradándole en todo y colocando Su Palabra como prioridad en su vida.
Entonces, definimos que amar a Dios es obedecer y practicar su Santa Palabra. Quien no ama a Dios, no se entrega.
El egoísmo es lo contrario al amor. Las personas egoístas, quieren apenas recibir, pero no quieren dar.
Amar es dar; y quien ama a Dios tiene placer en dar sus ofrendas, tiene alegría en presentar sus diezmos, en ayudar al prójimo, pues cuando hay amor, hay entrega, ¡no es un peso y sí una honra!