A comienzo de su trayectoria, el hombre más rico de la historia aprendió que si uno no quiere ver siempre los mismos resultados, no debe hacer siempre las mismas cosas. La Biblia muestra que el rey Salomón “… amó al Señor, andando en los estatutos de su padre David; solamente sacrificaba y quemaba incienso en los lugares altos.”, (1 Reyes 3:3).
Salomón sacrificaba para Dios, daba sus ofrendas y mantenía al reino, pero solamente logró llamar la atención de Dios cuando hizo algo extraordinario, al punto que el Todopoderoso le dijo algo que nunca antes había dicho ni volvió a decirle a un hombre: “Subió, pues, Salomón allá delante del Señor, al altar de bronce que estaba en el tabernáculo de reunión, y ofreció sobre él mil holocaustos.
Y aquella noche apareció Dios a Salomón y le dijo: Pídeme lo que quieras que yo te dé.”, (2 Crónicas 1:6-7). Tan importante e impactante fue el sacrifico que Salomón realizó en el Altar de Bronce, que Dios puso a su disposición todo lo que existía, no le puso límites a su pedido.
Tras hacer su sacrificio allí, Salomón obtuvo extraordinarios resultados: “Así excedía el rey Salomón a todos los reyes de la tierra en riquezas y en sabiduría.
Toda la tierra procuraba ver la cara de Salomón, para oír la sabiduría que Dios había puesto en su corazón. Y todos le llevaban cada año sus presentes: alhajas de oro y de plata, vestidos, armas, especias aromáticas, caballos y mulos.”, (1 Reyes 10:23-25).