A los cuatro años de edad perdí a mi madre, éramos once hermanos debido a eso teníamos una vida muy precaria, a corta edad tuve que trabajar en la calle para ayudar en casa, comíamos y vestíamos lo que había porque no podíamos comprar lo que deseábamos.
Cuando cumplí la mayoría de edad fui a vivir a la ciudad con la expectativa de un cambio de vida, sin embargo, mi situación no mejoró, seguía teniendo las mismas limitaciones que cuando vivía en el campo.
Dormía en un cuarto que me prestaban, lo poco que ganaba lo malgastaba en alcohol. Comencé a hacer préstamos en bancos, al punto de llegar a tener seis tarjetas de crédito con deudas que no conseguía pagar.
Cuando cobraba mi salario, debía escoger entre pagar alquiler, comer o abonar a las deudas, eso me generaba una gran frustración, al punto que comencé a pensar que la mejor opción era el suicidio, porque si moría acabaría mi dolor y la angustia.
Intenté suicidarme amarrando una camisa en mi cuello; apreté el nudo hasta que me desmayé, cuando desperté lo volví a intentar sin éxito.
El deseo de morir era tan fuerte que imaginaba que me lanzaba debajo de un tren y moría, pensaba que, si eso sucediera, ya sería una gran victoria para mí.
Un día me senté a llorar en un lugar sólido, pensaba que si Dios no podía cambiar mi situación era porque Él no existía, en ese momento llegó un amigo que era dueño de una pizzería, con quien me desahogué, le conté que había intentado matarme y él me invitó a un lugar al que había ido y se sentía muy bien, la Iglesia Universal, le dije que no tenía dinero para ir y que creía que no había solución posible, pero él insistió y me dijo que le diera un voto de confianza, en aquel instante tuve una luz de esperanza.
Al llegar a una reunión escuché al pastor hablar con firmeza y osadía que Dios no sólo quería resolver uno de mis problemas sino transformar toda mi vida. Esa palabra entró en mí y comencé a vivir en base a eso.
Supe que había encontrado lo que tanto había buscado, un camino cierto.
Después vino la Campaña de Israel, una propuesta que me hizo entender que lo más importante era el Espíritu Santo en mi ser, y yo me lancé en esa fe. Cuando Lo recibí, experimenté una paz que nunca antes tuve, la depresión, el sentimiento de soledad y el fracaso desaparecieron. Después me casé, emprendí mi negocio propio y pagué las deudas. Hoy soy un hombre realizado en todas las áreas de mi vida.
El Espíritu Santo es el tesoro más valioso que tengo. Él es quien me da dirección no sólo para los negocios, sino también para ser un buen esposo y padre.
•• Nilson Santos