Cuando el pueblo de Israel fue libre de la esclavitud, Dios le ordenó a Moisés que construyera el Arca de la Alianza, una caja de madera de acacia en donde estarían guardados la vara de Aarón, las dos tablas de piedra de la Ley con la inscripción de los Diez Mandamientos y un pote que contenía un poco del maná, alimento proveniente del cielo que sirvió para suplir el hambre de los israelitas en el desierto. El Arca representaba no solo la alianza de Dios con Su pueblo, sino la propia Presencia de Dios.
El Arca era colocada en la Tienda del Encuentro, también llamada Tabernáculo. El santuario solo podía ser transportado por los levitas, que tenían funciones indispensables estipuladas por el propio Dios para que todo sucediera de modo perfecto – los levitas integraban una de las 12 tribus de Israel y eran llamados así por ser descendientes de Leví. Pero apenas David comenzó a reinar, ordenó que el Arca fuera llevada a Jerusalén, donde sería guardada en una tienda permanente. Sin embargo, notó que mientras él vivía en un palacio, el Arca de la Alianza estaba en una tienda. A partir de entonces nació el deseo en el corazón del rey de construir un Templo donde el Arca pudiera permanecer. David reunió gran parte del material de la construcción y se la pasó a su hijo, Salomón, rey sucesor que levantó el grandioso Templo de Salomón en Jerusalén.
El Eterno Se agradó de aquella construcción al punto de afirmar: «Ahora estarán abiertos Mis ojos, y atentos Mis oídos, a la oración en este lugar: Porque ahora he elegido y santificado esta casa, para que esté en ella Mi nombre para siempre; y Mis ojos y Mi corazón estarán ahí para siempre.» 2 Crónicas 7:15-16
El rey tuvo su reinado marcado por la paz, lo que fue importante para la construcción del Gran Templo. Salomón lo levantó en el monte Moriah, el mismo lugar donde Dios pidió a Isaac como sacrificio a Abraham.
La organización de la obra fue inmensa y profesionales de diversas partes del mundo conocido en esa época colaboraron con la edificación. Millares participaron de la obra: para el corte de la madera, fueron designados 30 mil hombres; para el corte de las piedras, 80 mil; para los servicios generales, cerca de 70 mil operarios. En cuanto a la materia prima, las maderas y las rocas eran locales, pero los metales como el oro, la plata y otros vinieron de otros lugares.
Tanto empeño y apuro en la construcción se dio para engrandecer el Nombre del Altísimo y para que todos los pueblos de la época conocieran al Dios de Israel.
El Templo representaba la situación espiritual del pueblo en relación a Dios. Es decir, mientras que las personas anduvieran en los caminos del Altísimo y no siguieran a otros dioses, considerándolo como el Único Dios, Él estaría listo para oírlos en sus pedidos y protegerlos. Pero, en el caso de que se corrompieran, Él Se apartaría de ellos y quitaría Su presencia del Templo.
Con el tiempo, fue exactamente eso lo que sucedió.
El pueblo empezó a corromperse, a ser infiel y a seguir y servir a otros dioses. Debido a toda esa corrupción e idolatría, Dios no pudo estar más con Su pueblo. Así, los babilonios, enemigos de los judíos, bajo el comando del rey Nabucodonosor, en el año 586 a.C., saquearon Jerusalén y destruyeron el Templo.
Muchos años más tarde, después del regreso del cautiverio en Babilonia, el pueblo se volvió nuevamente al Altísimo, arrepintiéndose de sus pecados. Ante eso, el Señor alentó a levantar nuevamente el Templo (Hageo 1:8), lo que ocurrió en el mismo lugar donde antes había sido construido el primero.
Sin embargo, los romanos, liderados por Tito, en el año 70 d.C., destruyeron nuevamente el Templo, y lo que restó de él es una pequeña parte de los muros que lo rodeaba.
El deseo en el corazón del obispo Edir Macedo
En un viaje de peregrinación a Israel, el obispo Macedo expresó con los demás obispos que lo acompañaban, el deseo de que todo el pueblo de la Iglesia Universal del Reino de Dios pudiera, por lo menos una vez en la vida, pisar el suelo y tocar las piedras que testificaron los milagros y eventos escritos en la Biblia.
En ese momento, nació en su corazón el deseo de construir una réplica del Templo de Salomón. «Si no puedo traer a todo el pueblo hacia acá, entonces voy a llevar pedazos de esta tierra hacia ellos.» Después de ese día, la idea tomó forma y, en el mes de julio del 2010, la gran obra, proyectada con las referencias bíblicas del Templo de Salomón, fue anunciada con el lanzamiento de la piedra fundamental.
A este nuevo Templo, todos, sin excepción, podrán tener acceso libre para buscar a Dios, a diferencia del Templo pasado, donde solamente era permitida la entrada del sumo sacerdote al Santo de los Santos. El obispo explica la importancia que el lugar tendrá en los días actuales:
«No se trata de un proyecto de una denominación, mucho menos personal, sino algo tan glorioso, desde el punto de vista espiritual, que trasciende la propia razón. Ciertamente, despertará la fe adormecida de los fríos y tibios en la fe y los arremeterá a un avivamiento nacional y, después, mundial.»
Obispo Edir Macedo
Al igual que en el pasado, el Templo de Salomón construido en el barrio de Brás, en São Paulo, tiene un significado profundo, porque todos los que allí entren, independientemente de su creencia, serán transportados hacia los tiempos bíblicos.
Por eso, el Templo de Salomón construido en la capital paulista tiene un sentido espiritual muy fuerte, porque rescatará la Santidad, el Respeto, el Temor, la Reverencia y la Consideración hacia el Señor Dios. En Su Casa, también llamada Casa de Sacrificio, todo el pueblo tendrá la oportunidad de rendirle al Eterno su propia vida como sacrificio santo y agradable a Dios.
Conoce más aquí: http://www.otemplodesalomao.com/