Llegué a la Iglesia Universal a los 15 años de edad, sin embargo, ya cargaba un equipaje de sufrimiento muy grande. Tuve una excelente estructura familiar, con padres maravillosos, pero las dificultades económicas y las enfermedades siempre formaron parte de mi infancia. Tuve que madurar muy temprano y a los ocho años de edad ya trabajaba.
La adolescencia llegó y con ella el deseo de casarme y ser feliz. Con el primer noviazgo vino la primera decepción. Era una relación enfermiza y no lograba librarme. Tenía un complejo de inferioridad muy grande y creía que si no estaba con esa persona, no estaría con nadie más. Los sufrimientos eran tantos que llegué a intentar suicidarme tres veces. Aun con todo eso, me casé, viví un verdadero infierno, con traiciones, mentiras, dificultades, etc. Pero un día recibí la invitación que cambiaría mi vida.
Cuando fui invitada a ir a la Iglesia Universal, como mencioné, llegué a los 15 años, un hijo en los brazos y una vida de mucho dolor para contar. Llegué a pasar hambre con mi hijo y casi fui desalojada por no poder pagar el alquiler. Puedo decir que el día en que entré a la Universal por primera vez, fue el "¡Ah, qué día!", en mi vida. Salí de ahí con fuerzas y ganas de vivir. La persona con quien estaba casada no aceptó mi nueva vida con Jesús y me obligó a elegir entre él y la iglesia, me acuerdo hasta hoy de mis palabras: "No te elijo a ti, tampoco a la Iglesia. Elijo a Jesús, pues Él me ama de verdad, dio la vida por mí, pero para continuar con Él necesito continuar en la iglesia." Él me abandonó y yo seguí mi caminata en la fe.
Evangelizar y ganar almas era mi alimento, nada me daba más satisfacción (y dígase de paso, aún es así, gracias a Dios). Mi vida fue siendo transformada, recibí el bautismo con el Espíritu Santo, enseguida fui levantada a obrera y siempre pude ver a Dios en mi ministerio y en mi vida personal. Conseguí el trabajo de mis sueños. Sin tener ninguna condición, llegué al cargo de jefatura, ganaba un salario excelente. Para quien casi había sido desalojada, compré mi propio departamento en uno de los mejores barrios de San Pablo. A causa del trabajo, viajaba por varios países y podía ver y conocer la grandeza de Dios en todo. Si alguien me hubiera dicho en esa época en la que llegué a la Iglesia que iba a suceder en mi vida todo lo que sucedió, no lo hubiera creído.
Pero aun con todo eso, todavía había un área en mi vida que no había sido resuelta: la vida sentimental. Aun estando en la iglesia, viviendo la fe, sin pecados, era algo que no se concretaba. Tuve algunos intentos, pero todo naufragaba. Llegué a estar de novia con un pastor, pero tampoco funcionó. Con el pasar del tiempo, eso comenzó a dolerme mucho porque yo sabía Quién era Dios, sabía que Él era capaz y que quería hacerme completa, pero, ¿qué faltaba para que eso sucediera? Lamentablemente, vi a muchas amigas mías de la Obra que, por estar en la misma situación, cometieron incluso la locura de abandonar a Jesús a causa de un amor. Lamentablemente eso sucede mucho, comienzan a venir pensamientos de que, por más que usted lo intente, no lo va a lograr, y que quizás la persona que la va a completar es esa que está ahí en su trabajo, que incluso ya se le declaró, que no es de Dios todavía, pero que puede serlo en el futuro. Él incluso tiene un carácter maravilloso, parece incluso tener más carácter que los que están en la iglesia. Obispo, esta es la voz que el diablo sopla en el oído de muchas obreras, pero el Espíritu Santo también nos habla, cabe a nosotras decidir a cuál voz oír.
La voz del Espíritu Santo es la voz del sacrificio, o sea, el camino más largo, el más difícil. Gracias a Dios yo decidí oír esta voz. Usé mi inteligencia: ¿Acaso Dios me daría algo incompleto? ¿Sería posible que Él me diera a alguien por el cual tuviera que luchar para que acepte a Jesús de corazón, sabiendo que eso es algo que ni siquiera el propio Señor Jesús obliga a nadie a hacer? ¿Cómo esa persona me iba a ser fiel en todos los sentidos, si todavía no Le es fiel a Dios?
Entonces, Dios en Su infinita misericordia, abrió mis ojos y el camino que decidí fue el más largo. Fui a buscar directamente en Dios lo que sabía que solo Él me podría dar. No es que ya no hiciera mis votos y sacrificios, sino que la oportunidad de la Hoguera Santa llegó e hice algo que incluso a mí misma me pareció una locura. Pero necesitaba que Dios me mirase. Era vida o muerte, pero no podía correr más el riesgo de incluso perder la Salvación a causa de algo que Dios ya había preparado para mí. Yo no quería solamente casarme, quería ser feliz y completa. Necesitaba a alguien que hubiera hecho la misma entrega a Dios que yo hice y que tuviera el mismo deseo de ganar almas como yo lo tenía.
Me acuerdo de que en las reuniones de la Terapia del Amor, Le decía a Dios que aunque esta persona estuviera en Japón, Dios iba a traérmelo. Comencé a creer de todo mi corazón, de todo mi ser y de todo mi entendimiento. Oraba como si esa persona ya existiera en mi vida y pedía que si él estaba en la iglesia, o que quizás si estaba apartado, que Dios le diera fuerzas para volver y que le impidiera cometer alguna tontería como, por ejemplo, casarse con otra persona. No era fácil, pero oraba por él como si fuera un alma perdida. Y en poco tiempo, cuando menos lo imaginé, mi Dios me respondió. Me respondió como un Padre maravilloso que le regala al hijo que Le pide e incluso antes de que yo cumpliera mi voto, Dios me trajo al que sería mi esposo. Cuando lo conocí, Dios me hizo entender por qué Él me llevó a orar como oré.
Obispo, como está escrito que el deseo cumplido es árbol de la vida, yo pude tener este árbol dentro de mí. Dios me trajo a alguien que Él escogió para mí, y que también se había entregado a Dios como yo, que no tenía un pasado bonito como yo tampoco lo tenía; pero que tenía el mismo deseo que el mío: Servir a Dios y salvar a los perdidos.