Muchas personas están aferradas a las cosas de este mundo y hacen todo tipo de sacrificios para conquistarlas, debido a ello no consiguen sacrificar para Dios.
Sin embargo, quien tiene a Dios, tiene la mayor riqueza del mundo, es a esa persona a quien Él le puede confiar Sus riquezas, porque ésta no tiene miedo de sacrificar.
Por ejemplo, Abraham no tenía a nadie que le predicara, pero tenía al propio Dios para orientarle y él simplemente obedecía.
“Tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios, plenamente convencido de que era también poderoso para hacer todo lo que había prometido; por lo cual también su fe le fue contada por justicia.” Romanos 4:20-22
La obediencia de Abraham le fue tenida en cuenta para que Dios fuera justo con él.
Dios, por Su justicia convirtió a Abraham en la propia bendición, Él pensó: “este hombre ha renunciado, sacrificado, me ha escuchado y obedecido ¿Cómo no bendecirlo?”.
En resumen, Dios dijo: “Es justo bendecir a Abraham y no sólo bendecirlo, sino transformarlo en la propia bendición”.
Hoy en día, hay quienes quieren las bendiciones sin tener que obedecer, renunciar y sin sacrificar, de ese modo, es mejor olvidar las bendiciones.
Entre el ser humano y Dios, existe un Altar y si hay Altar, debe haber sacrificio.
Si la persona quiere omitir el Altar para no sacrificar, ella nunca llegará a Dios, por eso Jesús, que representa al propio sacrificio, dijo que nadie va al Padre si no es a través de Él, o sea, no hay como llegar a Dios sin sacrificio, sin renuncia, sin entrega y sin obediencia a Su Palabra.
>>El sacrificio transformo mi vida…
‘»Vivíamos en la miseria, sólo mi esposo trabajaba, ganaba un sueldo básico que no nos alcanzaba para nada; me sentía frustrada por no tener como sustentar a nuestros hijos.
Tan mala era nuestra situación que todos dormíamos en una sola cama. El poco dinero que entraba en casa era para pagar la comida que se fiaba en las tiendas.
Por otro lado, estaba enferma y tenía problemas en mi matrimonio.
Fue en esa situación que llegué a la Iglesia Universal, allí aprendí a usar mi fe.
Mi modo de pensar cambió; no quería una mejoría, quería una verdadera transformación de vida. Decidí colocar todo en el Altar en una Hoguera Santa de Israel, hice mi sacrificio y Dios me respondió.
Actualmente gozo de buena salud, mi familia está restaurada, logré culminar mis estudios y obtuve mi título profesional, alcancé estabilidad económica, hoy no me falta nada. En el Altar yo me encontré con Dios y mi vida nunca más fue la misma.»
“Sólo después que entendí que la fe requiere el sacrificio y lo puse en práctica, las conquistas comenzaron a surgir.”
•• Sr. María Márquez y esposo