Leila Lima, en su adolescencia se alejó de Dios, a pesar de haber participado en la Escuela Bíblica Infantil (EBI), el grupo de jóvenes y haber sido miembro de la Iglesia durante un año.
“Devolví mi uniforme de obrera y me fui a conocer el mundo. Me enamoré, me escapé de casa y quedé embarazada a los 16 años”, dice.
A los 18 años, Leila tuvo otra relación que tampoco funcionó. “Quedé embarazada y tuve a mi segundo hijo. A los 21 me convertí en bailarina y participaba en desfiles de cuerpo pintado”, revela.
En esa época, Leila conoció a Bruno. “Lo conocí en una sesión de fotos y me mudé con él. Ahí viví mi mayor infierno, porque él era celoso y me engañaba”, dice. Aun así, ellos mantuvieron una relación infeliz llena de idas y venidas. Leila entró en desesperación.
“Era feliz en el escenario, pero cuando apoyaba mi cabeza en la almohada, me sentía triste y vacía. Tenía depresión, quería suicidarme, pero no tenía el coraje para hacerlo”. Un día, arriba del escenario, Leila tuvo un pensamiento: “Me quedé pensativa y mirando a toda esa gente bailando con esa falsa alegría. Me había alejado de Jesús, pero aún había quedado en mí una pizca de temor. De vez en cuando, iba a la iglesia y llevaba a Bruno”. Leila se alejó de todo lo que no agradaba a Dios.
“Fui buscándolo en las reuniones, orando en las madrugadas, ayunando, y participando de los propósitos. Hoy Bruno y yo tenemos el Espíritu Santo. Independientemente de las guerras que experimenté, tengo paz. Ya no actúo por el impulso de la carne”, analiza. “Busqué a Dios, porque sabía que Él era el único que podía quitar mi dolor y la depresión”, concluye.
Leila Lima, junto a su esposo e hijo.