¡Buen día, obispo!
Esta es la palabra: ¡gratitud! ¡Gratitud eterna!
Sabe obispo, yo nunca fui a la iglesia, yo era el tipo de persona que cuando alguien decía “¡Que Dios te bendiga!”, respondía “¡Gracias!”. Y así llegué a la Universal hace más de 13 años, prácticamente atea, con problemas con la bebida y mucho rencor.
Mi esposo, que en esa época era mi novio, fue quien me llevó. Esta jornada de fe ya dura 13 años, pero solo hace 5 conocí a Dios. Antes estaba en la iglesia de paseo, era diezmista a escondidas de mi marido, sacrificaba a escondidas de mi marido, ¡pero solo después de que fui a mi fondo de pozo y desperté en la fe que todo cambió!
Pasé una situación muy difícil en la que, por fuerzas mayores, mi marido y yo estuvimos 3 años separados. Solo nos veíamos los fines de semana, y él, que era la columna de la casa, comenzó a desmoronarse, me despreciaba, decía que no tenía motivos para ser feliz y dos veces amenazó con irse de casa. Todo parecía no tener salida. Solo que en esa época yo ya estaba, gracias a Dios, con mi fe cimentada en la Roca, ya era obrera y conocía el camino para luchar y vencer, ¡¡y ese camino fue el Altar!!
Fue la primera vez en años de iglesia que generé sola mi sacrificio. Fui a vender cupcake por la calle, ¡y qué alegría sentía a cada tortita vendida! Cada día de venta era un día de fuerza, de renovación, era un día más en el que Dios hablaba conmigo y me daba certeza de la victoria. Y así fue. Subí al Altar en julio de 2014 en la certeza de que Dios cambiaría la historia de mi vida, aun con todos diciendo que no había solución.
En diciembre de 2014 mi familia estaba unida, ¡qué alegría! Pero no me di por satisfecha. La indignación era constante dentro de mí, pues mi marido, tan fervoroso en la fe, estaba caído; todo lo quebrantaba, lo molestaba, entonces nuevamente fui al Altar, luché por él. Hubo una mejoría, pero mi Dios no es de mejoría sino de transformación, y ahora, en julio de 2015, fui con más fuerza, con una indignación de que Dios cambiaría aquella situación, ¡no habría otra solución!
Y hoy, obispo, puedo decir: “¡Yo y mi casa servimos al Señor!” Mi marido está renovado espiritualmente, avivado, fortalecido, y es un nuevo hombre. Tiene alegría y paz, ¿por qué? Porque recibió el Espíritu Santo. Y yo, que solo Le pedí a Dios que él naciera de nuevo, tuve la alegría de ir el día 29 de noviembre al Templo para verlo ser consagrado a obrero.
Con Dios es así: Él nunca deja qué desear. ¡Él siempre va más allá de lo que pedimos cuando vamos con fuerza al Altar, con toda nuestra vida y nuestra certeza del cambio! ¿Estoy satisfecha? ¡No! Voy con toda la fuerza e indignación en la fe de Gedeón, ¡pues grandes cosas están por venir!
Le agradezco a Dios, a usted y a todos los que colaboraron para que este día llegara, ¡y quien quiera ver el Poder de Este Dios solo tiene que venir a formar parte de nuestra familia Universal y entregar su vida por completo en el Altar!
¡Que Dios lo bendiga a usted y a toda su familia!
¡Muchas gracias!