No se trata de una riqueza material, pero sí de algo valiosísimo, que no está escondido dentro de un banco, sino dentro de cada persona, independientemente de la raza, sexo o clase social. Sin embargo, es necesario descubrirlo.
Cuando la persona finalmente lo descubre, su alegría se vuelve indescriptible y es capaz de renunciar a todo para tomar posesión de ese tesoro. Entonces, ella se deshace de la visión física para enfocarse en la espiritual.
No es que tenga que vender sus bienes para adquirirlo. Sino que, debe sacar su corazón de todo y de todos, para colocar al Señor Jesús como el Señor de su vida.
¡Ese tesoro que carga dentro de usted, es la Fe!
Cuando la descubra, nada será imposible para usted. Todos sus sueños, todo aquello que ni pensó tener, Dios lo realizará a través de esa fe.
Mi familia era un caos
Tenía muchos problemas en mi hogar, debido a eso estuve tres semanas viviendo en la calle con mis hijos pequeños.
Recuerdo que tenía que dormir donde me cogiera la noche, cuando amanecía íbamos a pedir comida en las tiendas o a las personas en la calle. Esos días fueron desesperantes y me sentía tan frustrada al no poder darle a mis hijos una vida digna.
Tiempo después mis dos hijos cayeron en el vicio de las drogas, comenzaron a robar las cosas que habían en la casa para venderlas, incluso dejaron de respetarme.
Era mal vista por las personas del vecindario y por mi propia familia. Muchos me decían que debía haber muerto junto con mis hijos, otros me desesperaban con comentarios de que mis hijos no tenían remedio y que ellos iban a morir en las drogas.
Estaba deprimida, no quería comer, no conseguía dormir, comencé a sentir malestar en el cuerpo, dolor en las piernas y cabeza.
Mis hijos vivieron cinco años en la calle, había gastado en clínicas de rehabilitación, pero no funcionó. Uno de ellos un día desapareció, lo busqué en hospitales, fui a la morgue a reconocer un cadáver que, supuestamente, podría ser él, pero gracias a Dios no era.
Un día recibí una invitación para ir a la Iglesia Universal, donde según me dijeron Dios cambiaría mi vida. Comencé a asistir a las reuniones, le pedí a Dios que ayudara a mis hijos y esposo a cambiar, porque yo quería ser feliz, ya no quería sufrir más. Pero en el transcurso de ir entendiendo la vida con Dios percibí que yo necesitaba de Él más que todo lo que le había pedido y quise conocerlo. Perdoné, me deshice de todo el rencor que sentía, pedí perdón a Dios y me bauticé en las Aguas. A partir de ahí me volví una nueva mujer, pasé a ver las cosas, las personas y la vida de otra manera. Comencé a luchar, participé de una Campaña de Israel y pedí la transformación de mis hijos y esposo. Sólo a través del sacrificio ellos fueron liberados de las drogas y mi esposo del alcohol. Hoy tengo la familia que siempre soñé, tenemos estabilidad económica y en casa hay armonía, paz, amor y respeto.