Continuación del post anterior…
En realidad, en realidad, Esaú se creía autosuficiente. Él era fuerte, el preferido del padre, corajudo y primogénito; ¿para qué iba a dudar de su futuro?
¿No es así que muchas jóvenes que nacieron en la iglesia piensan?
Yo soy joven, bonita, tengo condiciones financieras, mis padres son felices…¿Saben una cosa? Yo puedo tener esto y aquello también. Yo puedo vivir mi vida como quiero, después de todo, es mi vida. Si alguien tiene que aprender con sus errores, esa soy yo. Me cansé de ser buenita. Lo que yo realmente quiero es vivir la vida que otras jóvenes que están fuera de la iglesia tienen.
Y, en esa rebeldía, ahí van ellas, con la cabeza erguida, salen de la casa de sus padres sin la mínima consideración con todos los beneficios que tuvieron a causa de la fe de sus padres. Quedan jugando a la iglesia. Un día están sentadas al lado de su madre y otro día están atrás de todo, en la última butaca de la iglesia. No entienden nada porque no quieren entender. Si pudiesen, se pondrían unos auriculares durante la reunión para escuchar sus canciones preferidas mientras que la aburrida reunión no termina.
Ellas piensan que pueden. Piensan que tienen. Pero no saben nada. Hacen parte de la mayoría que cae en el mismo agujero de siempre y después regresa como un cachorro con la cola entre las patas.
Jacob era diferente. Él sabía que no tenía el perfil que su familia necesitaba para ser liderada y ni siquiera por eso, despreció a sus padres. Él daba valor a lo que ellos tenían…Él sabía que lo que ellos tenían provenía de lo Alto…Él necesitaba de Dios.
Continuará…