Ya escuchamos hablar del tema, es claro que la alarma interior suena todas las veces que un caso más aparece en la prensa. Intentamos enseñar a nuestros hijos a protegerse desde chiquitos – ¡y a quedar lejos de cualquier confusión!
Pero sinceramente, yo estaba lejos, bien lejos de entender realmente los efectos reales que esta palabra rara (Bullying – Conjunto de malos tratos, amenazas, inhibiciones u otros actos de intimidación física o psicológica ejercida de forma continuada sobre una persona considerada más débil o más vulnerable) puede causar en el interior de un niño – hasta que aconteció algo asombroso conmigo.
En el día 23 de Noviembre, a las 15h, el Proyecto Rahab realizará una Conferencia contra todo tipo de violencia. Busque una Iglesia Universal más cerca de su casa, tendremos la presencia de varios profesionales.
El año pasado, en esta misma fecha, durante los temas abordados, en un lado del recinto, surgieron “escenas sorpresas”, que interpretaban, por unos segundos, lo que los profesionales estaban hablando. Habíamos planeado y repartido los temas de las escenas, pero yo no participé de los ensayos.
La pedagoga hablaba del bullying (Acoso escolar) cuando 5 chicas entraron en escena, representando una clase en la escuela. Cuando la profesora salía, 4 de ellas se dedicaban a maltratar y humillar a la más frágil del grupo. Fue una sensación muy rara. Aquello me dolió. Pero, no fue indignación, rabia. Fue tipo un “déjà vu”, como si yo fuera aquella niña. Me molestó, tuve ganas de llorar.
Es increíble pensar en lo que nuestro corazón es capaz de hacer, pero mi cerebro trató de escudriñar, yo hice una tremenda investigación mental, tipo CSI, hasta que, hace dos días atrás, conversando por chat con mi mamá, regresé 30 año. Ella no se acordaba, decía que no había pasado nada conmigo – pero yo insistía, yo tenía certeza que no era apenas un sentimiento, una sensación no más. Empecé a recordar del lugar, del 4º grado, de la vieja escuela, de la piscina… ¡y mi mamá se acordó!
Sí, yo sufrí bullying. Claro que no existía esa palabra, o ni siquiera tenía conciencia de lo que aquello provocaría adentro mío – una niña más grande que yo, me insultaba, “fea, pobre”, me agredía, y me tiró en la piscina frente a todos. Mi mamá fue hasta la escuela para reclamar. Pero aquello se acabó allí.
Las marcas quedaron, una tremenda dificultad en tener amigas, en relacionarme con las personas – y lo más espantoso fue la capacidad de esconder, hundir eso en lo más oscuro de mi corazón, para que nadie, ni yo mismo, tuviera conciencia de eso.
Mamá, no siempre su hijo llegará llorando y le contará lo que aconteció en la escuela. Ni todas las marcas del bullying son visibles, o fáciles de detectar. Puede ser un ojo morado, o una cuchillada en la autoestima. Algunos niños siguen adelante, y otros no saben lidiar con el rechazo.
Es necesario estar atenta a las señales, que a veces son muy sutiles. No quede al margen de la historia, ni acepte medias verdades. Para muchos adolescentes, infelizmente, ese alerta llega muy tarde.
“Inútil, fea y gorda. Una basura o quizá un monstruo, uno de los peores sentimientos que uno puede sentir”. Recordar esas palabras dolorosas e inquietantes, deseando no sentirlas, solamente desaparecer. No solo los sentimientos, pero también el odio era transmitido en mi manera de ser. Ya no ver el mundo con colores y por muchas veces con una sonrisa en el rostro, pero con el corazón amargado, enojado con el mundo, con los que me lastimaban y preguntándome “¿por qué?” Decidí encerrarme en mi misma. Me sentía sola por elección propia, y el supuesto “error de los padres”. Mi pérdida de peso era evidente, yo les quería mostrar que yo no era lo que me decían, buscar una salida y no encontrar una, me sentía frágil al ser lastimada, y ver todo como en un túnel sin salida.
Encontrar a alguien que me entendiera, con quien yo pudiera sonreír nuevamente, volver a ser quien yo era. Personas que siempre estarán allí. Aun que me haya olvidado, prefiero no volver a sentir todo aquello que me hizo cambiar y madurar a fuerzas, para poder escuchar lo que los demás hablaban de mí. Algunas veces mi propia memoria intenta recordar y volver a lastimarme con complejos oscuros y venenosos.
Sentir no me sirvió de nada, me lastimaban y yo permitía. ¡Ahora no más! No deseo el bullying a nadie, es lo peor que uno puede sentir.
Hace un año decidí perdonar, y ahora puedo sonreír, pues me amo y tengo a personas que me aman, y jamás me lastimaron –
Desahogo de M, una adolescente que sufrió bullying a los 11 años de edad”.