Con certeza de que su muerte llegaría, Rildo hizo la última llamada a sus hijos
El carpintero Rildo Callos, de 56 años, fue internado en un hospital; llevaba cuatro días sin poder orinar y sentía un dolor intenso en la parte baja de la espalda.
Los exámenes mostraron piedras en el canal de la uretra, entre ellas una que medía cuatro centímetros. Esa piedra paralizó totalmente sus riñones.
“Fui hospitalizado e inmediatamente me sometí a hemodiálisis. Al séptimo día de estar internado me operaron y me pusieron un catéter en cada riñón, porque estaban muy dilatados y paralizados”, relata.
La hemodiálisis es un procedimiento en el que una máquina limpia y filtra la sangre y hace una parte del trabajo que el riñón enfermo no puede.
Durante la primera hemodiálisis, Rildo tuvo un paro cardíaco, que volvió a ocurrir dos veces en fechas diferentes. Pensando que iba a morir hizo una videollamada para despedirse de su familia. “En el tercer paro cardíaco, cuando volví, seguía sintiéndome muy mal. Pensé que me iba a morir e hice una videollamada para despedirme de mis hijos y familia. Estaba renunciando a la lucha por tanto sufrimiento”.
Después de 13 días de hospitalización, Rildo fue dado de alta, aún con los catéteres y la sonda. Por la falta de respuesta de sus riñones se lo puso en la lista de espera de trasplantes para recibir un órgano compatible.
El milagro al alcance de la fe
Ante el contundente informe que condenaba sus riñones, él y su esposa se unieron en oración; participaban de las cadenas de sanidad, que se realiza los martes en la Iglesia Universal. “Determinando mi sanidad, pude orinar normalmente. Mis hijos también se unieron en oración”, dice Rildo.
Después de dos meses de hemodiálisis, los análisis de sangre e imágenes mostraron la sanidad. “El mismo médico que condenó mis riñones me aseguró, que ya no necesitaría hemodiálisis ni trasplante. Sé que fue el poder de Dios que me sanó”, concluye Rildo.