“Toda persona, independientemente de los pecados que cometa, puede tomar la importante decisión de entregarse por completo a Dios”.
Todos los días y en todo momento de su vida, usted debe tomar una decisión, por ejemplo, cuando se despierta en la mañana debe decidir si va a tomar té, café o leche, qué ropa va a vestir, etc.
Muchos piensan que la decisión más importante que tienen que tomar en la vida, sería la de qué profesión seguir, con quién casarse, si comprar una casa o un auto, y sí, son decisiones que deben ser tomadas; sin embargo, la decisión más importante que debe tomar una persona que quiere ser feliz es de entregarle su vida a Dios, y para esto, debe “perder su vida”, es decir, perder aquello que le separa de Dios.
Todos, por naturaleza somos pecadores, pero si queremos ser felices debemos literalmente reiniciarnos y empezar, no desde nuestro punto de vista, sino desde el punto de vista de la Palabra de Dios, que nos enseña que debemos negarnos a si mismos (Mateo 16:24); dejar de hacer la propia voluntad para hacer la de Dios.
Generalmente, las personas al considerarse adultas o suficientemente grandes suelen pensar: “nadie me va a decir lo que tengo que hacer”, “yo sé lo que quiero”, sin embargo, hay que tomar en cuenta que ninguno de nosotros somos grandes delante de Dios, al contrario, somos como niños.
¿Cuántas veces usted ha realizado prácticas religiosas y absolutamente nada cambió? De repente muchas y todo debido a que no hubo una conversión, lo que sólo Dios puede realizar cuando usted lo permite, porque es usted quien tiene más poder sobre su vida, pues Él le dio libre albedrío, usted decide, si le da cabida a Dios o no, dependiendo de eso, Él actúa o no.
Hay personas que no tienen paz, alegría, amor, prosperidad, salud; no tienen nada, porque están lejos de Dios.
Entienda, entregar nuestra vida a Dios es la más grande e importante decisión que debemos tomar.
“Desde que recibí el Espíritu Santo nunca más me sentí sola”
A los 15 años a través de un novio empecé a ir a estas donde me relacioné con malas amistades.
Hacía de todo para llenar el vacío que sentía, por eso aceptaba las traiciones constantes de mi novio; mantuve ese noviazgo dos años, luego rompimos. Y con la excusa de ese sufrimiento pasé a hacer cosas erradas.
Era una persona muy carente de afecto y me sentía triste; sin embargo, siempre quería transmitir la imagen de que estaba bien, lo que era una gran mentira.
Cansada de esa vida sin sabor, sin felicidad, sin alegría en la que sólo tenía dolor, tristeza y vacío, encontré en medio de la pandemia una luz, la Iglesia Universal, pasé a frecuentar las reuniones, a darle valor a Dios; mis ojos se abrieron y vi toda la podredumbre que cargaba dentro de mí y entonces decidí que debía cambiar. Comencé a alimentarme de la Palabra de Dios y a través de las reuniones entendí que no bastaba apenas con abandonar los pecados, manias y malas costumbres, debía nacer de Dios y recibir Su Espíritu para realmente tener vida con Él y permanecer hasta el fin.
Pasé a aprovechar cada minuto con Dios y como no podía ser de otra manera, recibí el Espíritu Santo y todo cambió.
Se lo que es la felicidad, la paz y la alegría. Tengo una óptima relación con mis padres y desde que recibí el Espíritu Santo nunca más me sentí sola. Hoy tengo certeza de mi salvación.
Isabella Castro.