El Diezmo es el primer 10% de todo lo que recibimos, de todo lo que llega a nuestras manos y que estamos “obligados”, por las leyes bíblicas, a darle a Dios. La ofrenda es diferente, no existe ninguna obligación por parte del fiel. Es entregada de libre y espontánea voluntad. Con el Diezmo, Dios, ve nuestra fidelidad hacia Él. Con la ofrenda, percibe nuestro amor y dedicación hacia Su Obra. Además, el Señor dijo: “Porque donde esté vuestro tesoro, allí también estará vuestro corazón.” (Lucas 12:34)
Las ofrendas son tan importantes en nuestra vida que el apóstol Pablo, respecto a ellas, dedicó dos capítulos en su segunda carta a los cristianos de la ciudad de Corintio: “Porque conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico, por amor de vosotros se hizo pobre, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos.” (2 Corintios 8:9)
Y, también, instruyó a Timoteo respecto al peligro de la avaricia: “Porque el amor al dinero es raíz de todos los males; el cual codiciando algunos, fueron descarriados de la fe y se traspasaron así mismos con muchos dolores.” (1 Timoteo 6:10)
No es el dinero lo que es la raíz de todos los males, sino el amor a él, lo que vuelve a las personas esclavas. Dios solicita, precisamente nuestro dinero, a través de los Diezmos y las Ofrendas, para probar nuestra naturaleza y nuestro amor hacia Él.