Las épocas han cambiado, pero no debemos perder la esencia del cristianismo.
Antiguamente, tornarse cristiano era sinónimo de perderlo todo.
Asumir la fe en el Señor Jesús sería motivo inmediato de persecuciones, humillaciones, insultos por parte de los incrédulos, pérdida de bienes, encarcelamiento, tortura e incluso muerte.
Morir por la fe en el Señor Jesús era motivo de honra.
Pedro, al ser crucificado, pidió que fuese cabeza abajo, pues no se creía digno de ser crucificado de la misma manera que el Señor Jesús.
Los cristianos tenían placer de ser torturados, y sufrir por amor a su fe, como está registrado en las Sagradas Escrituras:
“Otros experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles. Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados; de los cuales el mundo no era digno; errando por los desiertos, por los montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra». Hebreos 11: 36-38
Cuando alguien Le entrega su vida al Señor Jesús y asume su fe en Él, en realidad, está muriendo para este mundo y su vida pasa a estar escondida con Él.
Su vida en este mundo ya no tiene sentido, a no ser para servir a Dios y hacer Su voluntad.
«Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios». Colosenses 3: 3
¿Usted se ha aproximado al Señor Jesús listo para perderlo todo?
¿O se ha aproximado a Él para ganarlo todo?
¿Cuál es la calidad de su fe?
¿Tiene fe para perder?
Cuando participamos en la Santa Cena, al comer el pan y beber la copa, estamos declarando nuestro pacto con el Señor Jesús.
Esa copa significa asumir la fe y estar listo para sufrir, perder e incluso morir en nombre de una vida pautada en Sus enseñanzas.
«Estimada es a los ojos del Señor la muerte de Sus santos». Salmo 116: 15
Este entendimiento no puede ser solo de palabras y conocimiento, debe ser parte de nuestra vida.
¡Tenemos que vivir el verdadero cristianismo!