Aldelice Nuñes, de 53 años, es la madre de Layssa, de 13 años. Layssa tenía nueve años cuando, de domingo a lunes, la sorprendió un dolor cerca del hombro. Después del dolor, su brazo se dislocó sin razón aparente.
“Ella nunca tuvo nada, siempre fue una niña sana y, de repente, apareció un bulto”, cuenta Aldelice.
La mayor sorpresa fue al recibir el diagnóstico. “En la primera radiografía, el médico me dijo en la cara, de manera no profesional, que era un cáncer de células gigantes y que no tenía cura.
Mi hija adolorida se echó a llorar y preguntó si iba a morir. Le dije que haría todo lo que el médico dijera, pero que no aceptaría la enfermedad. Fue entonces cuando dijo que no tendría tiempo, ya que a ella solo le quedaban dos días de vida”.
Layssa fue sometida a una biopsia.
“Tenía mucho miedo de perder a mi hija. Fue muy difícil, ya que escuchamos que, como estaba en la clavícula, no sería posible someterla a quimioterapia. El tumor aún podría hincharse y comprometer su respiración”, dice.
El tratamiento duró siete meses. “Tomaba unas diez pastillas al día, le ponían inyecciones en casa y volvía al hospital para los controles mensuales. Fue una pesadilla”.
UN ACTO DE FE
Aldelice a menudo dejaba a Layssa en el hospital e iba a participar de las reuniones de fe en la Iglesia Universal.
“No hay nada mejor que estar bien con Dios. Sin Él, no somos nada. Nadie tenía una palabra para levantarme. Solo me decían que tuviera paciencia, que esto pasará. Además, muchas personas solo hablaban palabras negativas, pero la única voz que decidí escuchar fue la de Dios. Dije que no le daría a mi hija a nadie, ni siquiera a la muerte”.
En una nueva consulta, los médicos quedaron perplejos. “El médico observó los exámenes y preguntó dónde estaba el bulto. Dijo que solo me daría una fotocopia del resultado: Layssa ya no tenía cáncer, solo un hueso inflamado. ‘Tu Dios respondió’, dijo”.
Tres días después, por teléfono, llamaron a Layssa de nuevo al hospital porque, como se le había dislocado el brazo, habría que ponerle unos tornillos. Esa cirugía había sido pospuesta por causa del tumor. Sin embargo, una vez más, por la Fe, el procedimiento no era necesario.
La familia continúa usando su fe de manera inteligente y Layssa continúa recibiendo seguimiento médico bimensual.
“El testimonio de mi hija es maravilloso, por supuesto, pero lo más maravilloso en mi vida, es el Espíritu Santo. ¿De qué sirve sanarse sin el Espíritu Santo? Es la mayor riqueza”, concluye.