“Viniendo entonces los discípulos a Jesús, aparte, dijeron: ¿Por qué nosotros no pudimos echarlo fuera? Jesús les dijo: Por vuestra poca fe; porque de cierto os digo, que si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará; y nada os será imposible. Pero este género no sale sino con oración y ayuno.” Mateo 17:19-21
Minutos antes de eso, un padre Le pidió al Señor Jesús que curase a su hijo, pues este tenía síntomas de ataques de bipolaridad y se caía todo el tiempo o en el fuego o en el agua, ¡y los discípulos no habían podido curarlo!
El Señor Jesús, entonces, manda a traer al niño, reprende el espíritu e, instantáneamente, ocurre el milagro.
La pregunta es: “¿Por qué Jesús habló del AYUNO con los apóstoles y no con el padre y su hijo?”
La respuesta es simple: ¿cómo exigir que alguien perturbado, bipolar y fuera de sí, pague un precio como ese, si estamos hablando de alguien que no responde por sí mismo y que, con la mente dominada por Satanás, está siempre viviendo en otro mundo?
Por ese motivo, el AYUNO era una exigencia mayor para aquellos que tenían la responsabilidad y la autoridad para liberar, curar y socorrer, principalmente, al alma de los que sufren.
¡Imaginemos entonces todos nosotros, los que servimos a Dios, con o sin título y uniforme, el bien que nos causaremos a nosotros mismos y a una multitud de gente afligida que depende de la acción de nuestra fe para salir de las garras del diablo en este AYUNO DE DANIEL!