Por muchos años, principalmente durante mi infancia y adolescencia, yo nunca pensé que había específicamente algo mal conmigo.
Yo tenía amigos, tenía una familia, y en mi opinión, conseguía relacionarme bien con las personas que estaban a mi alrededor.
Sin embargo, había una cosa durante mi adolescencia que me incomodaba. Yo nunca pensaba que era o que podría ser bonita como las mujeres que conocía.
Pero, eso no me molestaba mucho. Era una de aquellas cosas que yo pensaba a veces y aceptaba completamente. Ella nunca tuvo un efecto grande en mi vida (o por lo menos era eso lo que yo pensaba).
Hasta que yo me casé y pasé a convivir con mujeres con más experiencia que yo. Empecé a oír cosas más o menos así:
“La mujer tiene la habilidad de hacer que todo quede bonito…Todo lo que eso necesita es un toque de mujer…Es naturalmente buena con la decoración…Se sabe vestir…Es muy buena para cuidar de su familia…”
Y mi reacción era:
Ummm…no…¿en qué mundo vive usted? ¡¡Hello!! ¡No TODAS las mujeres son así!
Ciertamente yo no era así. De verdad, no lo era.
Yo no sabía cómo hacer para que las cosas quedasen bonitas. O algo era bonito o no lo era. O una persona tenía talento o no lo tenía. O ella sabía decorar, vestirse bien, etc o no. Yo no sabía…la mayoría de mis amigas, sí.
Pero aún así, yo seguía diciéndome que no había problema, que el hecho de que el 98-99% de las mujeres a mi alrededor eran femeninas y tenían todos esos atributos; no significaba que había algo equivocado conmigo sino que era diferente.
Pero las cosas comenzaron a tornarse difíciles para mi.
Me acuerdo de momentos en los que yo salía con mis amigas e inevitablemente terminábamos entrando en una tienda de ropa (la tienda de ropa era algo de lo que yo huía como quién huye de una plaga), y todas ellas felices, experimentaban ropa, admiraban las cosas y decían lo bonita que eran las cosas.
“Eso te va a quedar tan lindo Rafaela, ¿no crees?”
Yo solo sonreía.
“Pero, ¿qué combina con eso?”
Yo seguía sonriendo, pero nunca elegía nada para mi. La verdad es que yo ni siquiera miraba la ropa.
Lo que ellas no sabían, y tal vez nadie sabía (tal vez ni yo misma) era que yo NO TENIA IDEA de lo que estaban hablando. A mí, me parecía que me estaban hablando en japonés.
Todas las veces que sugerían algo para mi, me congelaba por dentro.
Me congelaba porque no sabía si eran bonitas o no. Yo no sabía que prenda de ropa combinaba con la otra. Yo no sabía combinar colores. Yo simplemente no sabía. A veces yo escogía algo ridículo, lo que era aparentemente obvio para todo el mundo, menos para mi. Era como si ellas viesen colorido cuando yo solo conseguía ver blanco y negro. Me acuerdo que reía, hacía chistes sobre mi misma y seguía como si aquello no me incomodase. Pero la verdad es que, estar en situaciones así me hacía sentir expuesta, inadecuada y deficiente de alguna manera.
Entonces yo hacía lo que siempre hice cuando enfrentaba algo doloroso para mi, algo que me hacía sentir miedo o vergüenza: yo hacía la vista gorda. Yo continuaba viviendo mi vida de la misma manera que siempre viví, enfocándome en las cosas “importantes” y dejando esas cosas “superficiales” para personas que “tenían tiempo para ellas”.
Yo no me cuestionaba. Tenía miedo de las respuestas. Era mejor dejar eso a un costado y continuar como si todo estuviese bien. Cualquier otra alternativa dolería bastante.
Pero ahí vino el Godllywood…
Raphaela Castro.
P.D: Si usted cree que estoy hablando de ropa/belleza/apariencia; usted está equivocada. Lea nuevamente y regrese para leer la Parte 2.