El pueblo hebreo había caminado durante decadas, sufrió con la escasez del alimento para el cuerpo, y a alimentaban el alma con esperanza. El camino hasta la libertad fue largo y muchos de ellos no lograron llegar hasta allá, porque desconfiaron de la Palabra de Dios.
Cualquier barrera es difícil de enfrentar para quien no tiene fe. Más aún cuando los obstáculos están provistos de armamento y protegidos por enormes murallas. Si no se puede siquiera ver al adversario, ¿cómo se podrá vencerlo? Viéndolo desde afuera, es imposible creer que ellos cansados y desabrigados tuvieran condiciones para enfrentar potentes ejércitos. Sin embargo, quien alimentó en el alma la esperanza durante más de 400 años, sabe que es justamente en la fe que se encuentra la verdadera victoria.
“Pero Jericó estaba muy bien cerrada a causa de los hijos de Israel; nadie salía ni entraba. Y el Señor dijo a Josué: Mira, he entregado en tu mano a Jericó y a su rey con sus valientes guerreros.” (Josué 6:3)
Un pueblo debilitado y cansado entendió, por medio de su líder Josué, que no debía contar con su fuerza. En lugar de espadas y escudos; fueron trompetas, gritos y oraciones. Después de rodearla 7 días, los muros simplemente se desmoronarían. No sería por la acción física del hombre, ni por artefactos mecánicos, y sí por la acción de Dios.
“Marcharéis alrededor de la ciudad todos los hombres de guerra rodeando la ciudad una vez. Así lo harás por seis días. Y siete sacerdotes llevarán siete trompetas de cuerno de carnero delante del arca; y al séptimo día marcharéis alrededor de la ciudad siete veces, y los sacerdotes tocarán las trompetas. Y sucederá que cuando toquen un sonido prolongado con el cuerno de carnero, y cuando oigáis el sonido de la trompeta, todo el pueblo gritará a gran voz, y la muralla de la ciudad se vendrá abajo; entonces el pueblo subirá, cada hombre derecho hacia adelante.” (Josué 6:4-5)
Todos tenemos en algún momento de la vida una muralla que enfrentar en todos los campos, es decir, aquel empleo que parece imposible; la felicidad en el amor que parece que sólo le sucede a los demás personas; deudas; enfermedades; dicultades de las más variadas formas.
Pero lo que hace la diferencia es cómo ve usted esas murallas. Usted, al igual que el pueblo hebreo, no las ve como obstáculos, sino como desafíos. Así fue como los hombres de Josué vieron el problema, y la dificultad se convirtió en victoria. Así como Dios liberó al pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto y les dio la Tierra Prometida, también quiere dársela a usted.
Pero, para que eso suceda, no es suficiente sólo creer en la profecía. Es necesario actuar, luchar, poner toda su fuerza.
La obediencia y fe son las herramientas que nos llevarán a tomar posesión de la Tierra Prometida.