La esposa de Noé fue sabia para entrar y salir del arca. Con sus hijos e hijas, ella formó parte del recomienzo del planeta tierra, de una nueva alianza de Dios con la humanidad.
Eva tenía la misma misión, pero acabó dando oídos a quien no debía, y perdió el paraíso.
Sarai, princesa extremadamente bella, no titubeó al dejar la tierra donde estaba establecida, ni se quejó al vagar años sin saber muy bien dónde iba a llegar.
El Señor la bendijo personalmente, y le dio un nuevo nombre. Su gen es parte del pacto eterno que Dios hizo a través de su hijo Isaac.
De la descendencia de esa mujer «sin nombre» [y sin noción] de Lot vinieron los pueblos más abominables de la historia, los enemigos de Israel.
La reina Ester fue sabia para esperar el tiempo y la manera correcta para hacer su petición, y salvó a su pueblo del exterminio, pero la mujer de Job hablaba como una mujer tonta, incitando a que él pecase contra Dios.
Cuando el pueblo de Israel escuchó a Moisés hablar de una ofrenda voluntaria para el Tabernáculo, las mujeres sabias de corazón hilaban con sus manos y hacían el hilado, tanto de tela azul a púrpura y escarlata al fino lino. Eran sabias porque sus corazones no estaban en lo material, ni en el oro, ellas materializaban y entregaban como ofrenda, telas raras que tal ves jamás vestirían, pero escogieron «vestir» el santuario.
Pero Safira al aceptar llevar a cabo el designo mentiroso de su corazón, prefirió conservar una parte del dinero y entregar el «resto», y dio su último suspiro en los pies de Pedro, justamente donde debería depositar su sacrificio.
La mujer sabia edifica y continúa estableciendo el hogar/familia, la loca acaba con sus propias manos lo que ella misma construyó – no necesita que nadie lo haga, ella se encarga personalmente de eso.