Es natural que muchos lleguemos a la iglesia en búsqueda del alivio prometido por el Señor Jesús. No hay nada de malo en eso, pues fue Él mismo quien dijo: “Vengan a mí y yo os aliviaré”. Llegamos porque necesitamos ayuda, auxilio, sanidad, liberación, prosperidad, etc.
Es impresionante ver los testimonios de personas recién llegadas a la iglesia, que en el inicio experimentaron varias demostraciones del poder de Dios en sus vidas. Reciben efectivamente milagros de sanidad, liberación y llegan a mejorar en diferentes aspectos, pero lamentablemente llegan sólo hasta ahí. Y ocurre que de un momento a otro parece que las cosas buenas dejan de suceder, más bien, es como si todo se volviese imposible e inexplicablemente complicado. Entonces surgen las preguntas: ¿Qué pasó? ¿Habrá Dios perdido su poder? ¿Habrá dejado de quererme?
En realidad el poder de Dios jamás se acabará y en ningún momento nos dejará de querer. Lo que sucede es que ha llegado el momento de tomar la decisión. Decidir en vencer esos problemas que tanto daño le han causado, decidir abandonar los vicios, etc… y no por su propia cuenta, es decir, hacerlo con la ayuda de el Señor.