Existen muchas parejas y solteros frustrados en el amor porque planearon e idealizaron una vida de pareja feliz y realizada, no obstante, viven una realidad completamente inversa.
El problema es que, muchas veces, hacemos proyectos personales y creamos expectativas basadas en nuestros propios méritos. Sin embargo, lo que planeamos e idealizamos difícilmente se ajusta a lo que Dios planeó para nosotros. Y, por no someternos a Su voluntad, hacemos elecciones equivocadas y sufrimos.
Abraham se convirtió en la propia bendición porque entendió eso. Él planeaba tener un hijo, mientras que el plan de Dios era convertirlo en padre de una gran nación. Pero, para que eso fuera posible, Abraham tenía que confiar en Dios.
Él tuvo que salir de donde vivía, abandonar su parentela e ir a un lugar que ni siquiera conocía, teniendo como garantía únicamente la confianza en la Palabra de Dios.
¿Y cuál es el resultado de esa confianza? Él no solo tuvo a Isaac —el hijo de la promesa—, sino que también se convirtió en el padre de una nación numerosa. Dios superó todas sus expectativas.
Y eso es lo que Dios quiere hacer en su vida. Proporcionarle la felicidad y la plenitud amorosa que ni siquiera imaginó tener. Para Abraham, un hijo era todo lo que él quería. Pero, Dios planeaba algo infinitamente mayor, es decir, darle hijos tan numerosos como las estrellas del cielo.
“Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros” (Efesios 3:20).
Por lo tanto, no espere por el matrimonio de sus sueños, ¡sino por el matrimonio de los sueños de Dios!