Es un gran privilegio saber que fuimos elegidos para servir a Dios en la Tierra. Pero esa elección implica desafíos que, a veces, son más grandes que nosotros mismos.
Aquellos que desean lanzarse en el ministerio del Altar necesitan saber que la Obra que el Espíritu Santo hará por medio de sus manos exigirá una obra aún más grande dentro suyo.
Entonces, para que el Espíritu Santo nos use, necesitamos estar en la Escuela de Especialización en Desiertos Espirituales, jeje. En este caso, olvídese de sus estudios, para que usted y yo estemos habilitados a enseñar a otros, necesitamos realmente conocer bien el asunto. Serán luchas interminables, con pequeños intervalos de refrigerio.
Abrazar el ministerio es abrazar el arado. Es más que apenas hacer el trabajo, es ser obstinado a llevar a las personas a la Salvación. Es tener la responsabilidad de esparcir las semillas sin interrupción, cueste lo que cueste. Aunque algunos suelos son muy endurecidos y nos dejan marcas. ¡Así es! Mientras luchamos por almas, adquirimos cicatrices, porque sentimos el dolor del sacrificio.
Del mismo modo que el trabajo en el campo tiene dificultades impuestas por el sol, lluvias, presiones, cansancios, plagas etc., el arar y plantar en el campo espiritual requiere mucho más esfuerzo de nuestra parte.
Así que, andamos, sembramos y lloramos regando la plantación como dice el Salmo 126.
Lloramos porque la misión exige renuncia, y todos los días nuestra voluntad es aplastada.
Lloramos por las persecuciones, injusticias e incomprensiones todo a cambio de un simple deseo de salvar.
Lloramos al ver gente querida siendo engañada y quedando por el camino.
Lloramos cuando necesitamos renunciar a aquello que nunca más tendremos de vuelta.
Lloramos por los perdidos dentro y fuera de la iglesia, que a veces están cerca de nosotros e, infelizmente, no logramos ayudar.
Lloramos también cuando rechazan y pisan la semilla. Cuando trabajamos tanto y esperamos el fruto que no viene.
Lloramos cuando las palabras no son suficientes y no logramos verbalizar todo aquello que necesita ser hablado.
Y lo peor es que el llanto no termina, porque somos capaces de convivir todos los días con el siguiente pensamiento: “¿Y si hubiésemos hecho más, realizado una visita más, un atendimiento más, más, más…?”
Y aunque la tarea es difícil, seguiremos plantando y felices por tener en las manos la Divina Semilla. Y, no hay nada que de más placer a nuestro Señor Jesús que más y más personas Lo conozcan.
Por esa razón,que toda nuestra vida sea usada, hasta el último aliento para que podamos ir a Sus brazos llorando de alegría con muchos frutos de nuestro arado.
Un gran beso y hasta la próxima semana.