Crecí en una familia problemática, con padres alcohólicos. En mi casa había violencia, gritos y agresiones, pues cuando mi padre estaba alcoholizado, le pegaba a mi madre. Hasta el día en que nos abandonó y se fue de casa. Mi infancia fue marcada por el dolor de una familia destruida y por los problemas económicos.
A los 8 años empecé a practicar la brujería y me volví rebelde. A los 12 comencé a fumar y a tomar alcohol. A los 14 comencé a drogarme con pastillas y a los 16 con drogas más fuertes como cocaína y crack.
Fue cuando conocí el movimiento Dark. Me gustaba vestirme de negro, usar anillos y collares con clavos y maquillarme para que me viesen muy pálida. Escuchaba canciones con letras sádicas y vulgares, escribía poesías que hablaban de odio, muerte y dolor. No creía en nada, mi vida estaba vacía y sin sentido.
Era una persona agresiva y bipolar. Intenté suicidarme varias veces y casi muero debido a una sobredosis. Me involucré con una persona que me agredía física y verbalmente. Una vez discutimos e intenté clavarle una botella rota en el cuello. Viví así durante años, hasta que me violó y lo denuncié a la policía.
Mientras eso sucedía, mi padre, que era adicto, conoció el trabajo de la Universal. Se liberó y cambió de vida. Comenzó a orar por nuestra familia y en poco tiempo, al ver su conversión, mi madre empezó a frecuentar la iglesia también. Mi familia fue restaurada. Mis padres me invitaron a ir a la iglesia durante un año, pero yo me resistía.
Después de la separación y del abuso que sufrí, para soportar la soledad y las marcas de esa relación, comencé a relacionarme con hombres desconocidos. Un día salí con cinco hombres a la vez. En ese momento entendí que había llegado al fondo del pozo y que necesitaba ayuda. Entonces, me acordé de la invitación de mis padres y acepté ir con ellos a la iglesia. ¡Fue la mejor decisión de mi vida!
Me entregué por completo y tuve un encuentro con Dios. Me liberé de las drogas, de los vicios, de la bipolaridad y de la depresión. Mi interior cambió y mi exterior reflejó ese cambio. Ahora soy una mujer feliz y realizada. Alguien creyó en mí, y hoy yo lucho para llevar la luz que el Señor Jesús trajo a mi vida a las personas que, como a mí me sucedía, se encuentran perdidas en las tinieblas.
Maribel – México