Durante estas semanas hemos aprendido a no caer en las tentaciones que diariamente pasamos como madres.
Entendimos que no sirve de nada querer convencer a los demás de sus errores y que ya no va a repetir siempre los mismos errores desvalorizando su palabra. También, ya se dio cuenta que tornarse rehén del problema no va a resolverlo sino que él te va a atar desde los pies a la cabeza y te va impedir avanzar. Y, aquellas que quisieran aliviar la vara (o el castigo) van a terminar haciendo que su hijo se acostumbre a manipular su autoridad.
Si ya estuvo en el papel de chivo expiatorio alguna vez en la vida, ya sintió en su piel cuánto es injusto que los demás descarguen toda la culpa en usted y entonces no va a hacer lo mismo con sus hijos o convertirlos en lo mismo. Y, cuando sea tentada a mirar para atrás, recuerde que eso no va a hacer que los años que ya pasaron regresen; y que sus hijos no son culpables por las oportunidades que usted dejó pasar.
Si al leer hasta acá, perdió el hilo del mensaje (posts anteriores), vea aquí de lo que estamos hablando: (http://www.cristianecardoso.com/es/categ ory/patricia-barboza/).
Después de este breve resumen, ya podemos terminar la serie de las tentaciones…
El 19 de julio se concluyeron los 40 días del Ayuno de Jesús. Vivimos en esos días momentos únicos. Decidimos apagar todas las voces del mundo para poder escuchar la Voz que nos guía a toda la verdad. Y, Él habló. Si usted fue hasta Él, lo encontró. Y, fue justamente en esta última semana que vino la tentación más fuerte para mí: la de depender.
Estuve hablando con una gran amiga y mientras ella me contaba sus experiencias; yo percibí lo que estaba en el fondo y escondido adentro mío. Quién está en el desierto, está expuesto y fue ahí que la tentación fue visible. Y si ahora lo veo, solamente voy a caer si yo quiero.
Yo conseguí ver cuántas veces dependemos de un gesto, de una palabra, de una actitud o de algo que demuestre que nuestros hijos están cambiando o mejorando para poder así sobrevivir con esas migajas. Y, cuántas otras veces nos quedamos esperando por el reconocimiento o una retribución.
Hay padres que son grandes y están abandonados; y aún así, siguen en esa situación: esperando, suplicando, dependiendo. No, mi querida. ¡¡¡Nuestra fe inteligente no es una fe de migajas!!! Y, quién se vuelve dependiente de esos pequeños gestos no termina probando de todo – del banquete que solo los hijos tienen derecho.
Quién cree no necesita de ninguna prueba sino que entrega y confía. Y, si usted hace lo mismo con sus hijos, no va a necesitar de señales egoístas que solamente la van a satisfacer por un momento – y lo que verá será el fruto que permance para toda la eternidad.