Nunca me faltó nada, tenía un futuro prometedor. Mis padres siempre me aconsejaban, pero la curiosidad y la mala influencia fueron mayores que sus consejos. A los 14 años comencé a consumir alcohol, a los 16 pasé a frecuentar discotecas y prostíbulos. Mis compañeros de trabajo me ofrecieron cocaína, lo cual me llevó a sumergirme en la adicción.
“La dependencia era cada vez más intensa y el uso desenfrenado de alcohol y drogas me llevaron al fondo del pozo.”
Un amigo del trabajo me invitó a la Iglesia Universal; acepté por que vi que él había cambiado, empecé a practicar lo que enseñaban, no fue fácil, pero estaba decidido a cambiar de vida. Hoy estoy libre de los vicios, mi mayor riqueza fue recibir el Espíritu Santo y ahora sé que Dios está conmigo y tengo fuerzas para enfrentar todos los desafíos.
•• Sr. Rafael Lima