Tras darme un golpe en el pie, éste me comenzó doler y se fue haciendo un círculo negro. Me limpiaron y dieron medicamentos, pero empeoró al paso de los días. En una consulta el médico dijo que debían amputarme la pierna; la carne seguía pudriéndose.
Me sentía afligido, incluso llegué a preguntar hasta dónde sería el corte.
Mi familia no concordaba con ese diagnóstico y me dieron palabras de fe diciéndome que Dios podía solucionar mi problema y que yo debía creer. El pastor derramó el Aceite Consagrado en mi pie y oró por mí. Mi pie fue regenerándose, incluso el médico después de limpiar la herida decía que esa recuperación era obra de Dios.