Obispo, hoy mi madre no está entre nosotros, pero tengo paz por saber dónde está.
El día 17 de agosto ella iba a entrar al Templo de Salomón. Estaba muy feliz, compró una tela y se hizo su propio vestido. Estaba radiante, ansiosa y muy feliz, pero sé que ahora está en el seno de Abraham, contemplando el Templo de los templos, el Reino de Dios.
No tengo más que agradecer por todo, al Señor Jesús y a usted, obispo Macedo, por resistir ante las persecuciones y ante las calumnias, pues mi madre solo está en los cielos debido a su perseverancia, a su dedicación, a su amor, cuando dejó a su hija en su casa, enferma, para predicar el Evangelio, como describió en su libro "Nada que Perder 2".
¡Mire los frutos de ese inmenso amor"
¡Gracias, obispo, por todo!
Estoy muy agradecida a usted, al equipo de pastores, a los obreros y a los miembros de Itaquera.
Mi madre, al morir, estaba sosteniendo un pedacito de la piedra del Templo de Salomón que fue entregado en la Hoguera Santa de Israel, pero ahora está junto al Señor Jesucristo, pues sus últimas palabras fueron: "Hija, JESÚS ESTÁ AQUÍ, JESÚS ESTÁ AQUÍ, ¡JESÚS ESTÁ AQUÍ!"
Edna da Costa